miércoles, 17 de diciembre de 2008

LA CIGUAPA (Santiago Bonilla)


Había una vez, una ciguapa muy bella. Era un animal hermoso. Tenía el pelo negro como la noche. Se paseaba por el bosque entre ramas y ramas. Recogía flores en una canasta hecha de guano.
La ciguapa, llevando en sus manos una canasta grande, le pidió a una mata de jagua que le dejara caer varias frutas, y la mata se la negó.
-¡Voy a cortar una rama!- se dijo la ciguapa muy enojada.
-¡Tuntún! ¡Tuntún! ¡Jau! ¡Jau!
-¡Oh! ¡Se volvió un perro! ¡Me ladra! ¡Te dejaré! ¡Te dejaré! -le contestó la ciguapa. Salió corriendo. Y al llegar al manantial, al lado de una piedra, alimó su machete:
-¡Miao! ¡Miao! -gritaba la piedra.
-¡Oh! ¡Se volvió un gato! -Decía la ciguapa de forma muy sorprendida.
-¡Cua! ¡Cua!
-¡Cua!¡Cua! -Cantaban las ranas frente a la ciguapa.
-¿Qué hacen ustedes aquí? -Preguntó la ciguapa.
-¡Nosotras somos las hijas de la naturaleza!
-¿Por qué ustedes me siguen?
-¡No te contestaremos esa pregunta!
-¿Por qué? ¿Entonces, quién me contestará? -Preguntó en tono alto la ciguapa.
-¡La naturaleza! -Contestaron las ranas.
La ciguapa le siguió los pasos a las ranas que saltaban de piedra en piedra, hasta que llegaron a la montaña. Ella se sentó sobre una enorme piedra cubierta de lama verde.
-¿Quién es la naturaleza? -preguntó.
-¡Todo! ¡Todo! -contestaron las ranas en un coro de fino tono.
-¿Cómo que todo! -se extrañó la ciguapa.
-La naturaleza es vida. -Contestó una rana.
-La naturaleza es salud. -Contestó otra.
-¡La naturaleza es los árboles, las yerbas, las flores, las lluvias, y las piedras donde dormimos! -Contestó una tercera rana.
-¡El viento! -Dijo otra rana.
-¡Uuu! ¡Uuu! -Cantaba y bailaba el viento tumbando los nidos de las ciguas palmeras.
-¡Chuichui! ¡Chuichui! -Cantaban las garzas.
-¡Maaa! ¡Maaa! -Gemía la vaca.
-¡Cococoleco! ¡Cococoleco -Cantó de pronto una gallina.
-¡Kikirikí! ¡Kikirikí! -Cantó el gallo.
- ¿Oyes, Ciguapa? -dijo una rana.
-Esa es la naturaleza: amor, , vida, alimentos y salud. ¡Cuidémosla! -Dijo la rana más vieja.
Tanto las ranas, las ciguas de diferentes especies como las gallinas, los gallos, garzas y las vacas estaban todos reunidos. La ciguapa observaba muy sonriente, a todos los animales. Y al mirar hacia la entrada principal del desfiladero, oyó una voz:
-¡Ciguapa! ¡Ciguapa! -era una persona con una voz pausada.
-¡Ciguapa! ¡Soy el presidente! ¡Te voy a nombrar la reyna del bosque para que multipliques a cien millones, cada animal, según su especie.
-¡Está bien! ¡Acepto el reto!
La ciguapa se montó en un burro o asno y se fue a mirar hacia las entradas de los ríos; a localizar las tierras fértiles para las semillas y a reunir yaguas para construir bohíos; reía de alegría y la naturaleza florecía en belleza.
-¡Ciguapa! ¡Ciguapa! -Le llamaba la Cotorra Bandera.
-¡Ciguapa! ¡Ciguapa! -Soy el ave de los colores patrios!
-¡Ciguapa! ¡Ciguapa! ¡Reyna! ¡Reyna de nuestra naturaleza! -Le llamaron todos los animales.

Santiago A. Bonilla Meléndez (Santiago Bonilla), nació el 17 de julio del año 1961, en el Paraje Arroyo Bellaco de la Sección Bocas de Licey del Municipio de Tamboril de la provincia de Santiago, República Dominicana. Hijo mayor de Herminio de jesús Bonilla Santos y de Doña Cecilia de Jesús Meléndez Sánchez.

sábado, 15 de noviembre de 2008

La versión del Profesor José E. Marcano M.


imagen asociada: http://arescronida.wordpress.com/2008/02/

Nuestras Creencias: Mitos y Leyendas

La Ciguapa

La ciguapa es un personaje mítico que vive en el corazón rural de la República Dominicana, especialmente en las regiones montañosas. Aunque también se habla de ciguapas en Holguín, Cuba, parece que es un personaje típicamente dominicano y que habría sido llevado por los dominicanos que fueron a luchar por la Independencia cubana.

Las ciguapas son mujeres de tez morena con ojos negros rasgados y con el pelo negro, suave y lustroso. El pelo es tan largo que llega a constituir su única vestimenta. Para algunos son pequeñitas, con el cuerpo desproporcionado, mientras que para otros tienen piernas largas y delgadas. Incluso algunos dicen que su piel es azul.

Pero lo que verdaderamente distingue a la ciguapa "moderna" es que tiene los piés al revés, dirigidos hacia atrás, al igual que el Curupí guaraní y la Churel hindú.

Suelen salir de noche de los bosques y cuevas donde residen en nuestras montañas, emitiendo un gemido suave (hipido, corrientemente pronunciado jipido), que es su único medio de comunicación vocal. Son inofensivas, muy tímidas y temen a los humanos. Atraen a los caminantes de sexo masculino, los que desaparecen luego de haber sido seducidos.

"Hábitat" de las ciguapas
Pueden atraparse en una noche de luna llena con el auxilio de un perro manchado (blanco y negro) y que sea "cinqueño" (polidactílico), es decir que tenga seis dedos (pero la mayoría de las personas cree que los perros solamente tienen cuatro dedos). Por esas condiciones, se puede decir que es prácticamente imposible atrapar las ciguapas.

Tomando la clasificación griega de las ninfas, las ciguapas podrían ser Oréades (ninfas de los montes y montañas) o, más bien, Napeas o Napías (ninfas de los valles de montañas y cañadas, tímidas pero alegres).

Aunque se desconoce el origen de este personaje, los indicios llevan a pensar que no es muy antiguo. La primera referencia es la de Francisco Javier Angulo Guridi, quien en 1866 escribió la tradición o leyenda "La Ciguapa", que él llamó "novela". Nadie sabe de donde obtuvo las informaciones para dicha obra: si es creación suya o relata una historia escuchada. Interesante es que no dice que las ciguapas tengan los piés al revés por lo que se ve que esto es algo añadido posteriormente.

Las ciguapas no aparecen entre los mitos y leyendas taínos narrados por fray Ramón Pané ni otros Cronistas de Indias ni tampoco aparecen representadas en los petroglifos ni en la alfarería arawaca. Este hecho, junto con la tardía aparición escrita del personaje, demuestra que no era parte de la tradición taína. Su semejanza con el Curupí o Curapa guaraní (aunque solamente en cuanto a los piés) debe considerarse solamente como una semejanza; es poco probable que esa tradición haya llegado en tiempos modernos a la República Dominicana, sobre todo teniendo en cuenta las diferencias notables entre los dos personajes míticos.

Incluso el nombre, que algunos creen que es taíno, proviene del créole "Zi gouape" (en francés "Petit gouape" - pequeño bribón). Pero ese es un monstruo masculino, muy diferente a las ciguapas.

También se ha propuesto la hipótesis de que tenga un origen africano. El problema está en el desarrollo tardío de la leyenda y su ausencia en otras poblaciones afroamericanas, incluyendo Haití.

Tal como dice el antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, el rastro de la ciguapa quizás pueda seguirse hasta la India: la churel que menciona Rudyard Kipling en su novela Kim. En esta novela, Kipling describe a la churel: "Una churel es un fantasma peculiarmente maligno de una mujer que murió en la cuna. Ella ronda por los caminos solitarios, sus piés torcidos y dirigidos hacia atrás en los tobillos, y lleva a los hombres para tormentarlos."

En su obra "My Own True Ghost Story", Kipling dice: "También hay terribles fantasmas de mujeres que murieron en la cuna. Estas erran por los caminos al atardecer, o se ocultan en los cultivos cerca de un poblado, y llaman seductoramente. Pero responder a su llamado es muerte en este mundo y en el siguiente. Sus piés está torcidos hacia atrás de manera que todos los hombres sobrios pueden reconocerlas."

Si tenemos en cuenta que la descripción más corriente que se hace de las ciguapas, que es una idealización de las mujeres taínas, se ajusta bastante a la de las mujeres hindúes, esta hipótesis de un origen oriental tiene mucho peso, más que cualquier otra. Un problema a resolver, de ser esa la hipótesis correcta, es explicar su llegada a nuestro país por lo que habría que analizar las inmigraciones durante el siglo 19.

Pero, cualquiera que sea el origen de este personaje mítico, las "ciguapitas" seguirán "jipiando" y llevando una vida tranquila en las montañas y montes dominicanos.

sábado, 18 de octubre de 2008

ASDRUBAL DOMÍNGUEZ

La ciguapa de Asdrúbal Domínguez
TONY RAFUL

-DE EL LISTIN DIARIO, MATUTINO DOMINICANO-

Hay gente que cree que no tiene que recordar y no se da cuenta que todo se convierte en pasado, incluso el aquí y el ahora, el intenso instante en que vive. Todo se vuelve cenizas, escombros insuficientes para datar una permanencia, solamente la historia sitúa los eventos, sistematiza la noción de período y extrae experiencias, desde el punto de vista consciente, para articular una realidad posible, un sentido de las cosas.

En un acto celebrado hace apenas unos meses en el campus universitario, uno de los invitados preguntó: quién era o había sido Asdrúbal Domínguez, al ver su nombre colocado en el edificio que aloja las oficinas de la Federación de Estudiantes Dominicanos. Quien preguntó lo hizo adrede, mientras el joven dirigente del gremio estudiantil, manifestó rápidamente que creía que se trataba de un profesor meritorio.

Con el tiempo, pienso que la mucha democracia, sin niveles de exigencia, sin rigor, no contribuye al ejercicio real de la democracia, sino a su degradación. Lo que se obtiene sin esfuerzo, lo que llega sin acopio de algún tipo de sacrificio, lo que se obtiene sin saber la sangre que costó la empresa libertaria y las conquistas sociales, no se valora ni se estima ni se defiende.

Soy de los que entienden el valor unificador de la memoria histórica y defienden el papel de las fundaciones, que mantienen vivo el recuerdo de los luchadores por la libertad. Independientemente de los valores ideológicos, Israel, sostiene una campaña activa e infinita sobre el Holocausto, la tragedia del exterminio nazi, que no permite ni autoriza que ningún ciudadano judío en ninguna parte del mundo, puede desconocer el dolor esencial de aquel genocidio.

Grave error fue la decisión del Presidente Balaguer de borrar con tractores y palas mecánicas la vieja casona del rancho Jacqueline, centro de torturas y crímenes conocido como “la 40”, despojando a los compromisarios históricos del legado de educar, orientar y mostrar a las generaciones del porvenir los daños físicos, morales y espirituales infligidos por esa maquinaria del terror que oprimió al pueblo dominicano.

No es de extrañar que aparezcan personas que sienten nostalgia por la seguridad trujillista y por el resurgimiento de un Trujillo, ignorantes supinos del abismo y la oscuridad de la Era defenestrada el 30 de mayo de 1961, por los disparos vengadores y justicieros de un grupo de héroes. ¿Cómo se puede ser dirigente estudiantil sin saber quién fue Asdrúbal Domínguez?

¿Cómo se puede ser dirigente estudiantil sin saber el significado del Grito y la Reforma de Córdoba? Asumo con mayor insistencia la idea de que hay que hacer pruebas a quienes aspiran a ser escogidos en certámenes estudiantiles, para indagar el nivel elemental de conocimiento en las áreas fundamentales de la historia. No debe ser dirigente estudiantil, quien no posea un nivel académico aceptable y fundamental, quien no puede opinar con propiedad en cultura y ciencia. Quien había preguntado, explicó, que Asdrúbal Domínguez fue el primer líder estudiantil de la Universidad, a raíz de la muerte del tirano.

Explicó, que era culto, reposado, no exaltado, que era dulce, que provenía de una familia de maestros, respetada, que tenía una cultura enciclopédica, que era socialista, que fue de los hacedores en la lucha estudiantil de la autonomía y del fuero universitarios, que era un intelectual, que estudió arquitectura, que combatió, arma en mano, en defensa de la soberanía nacional, que era pintor, que era ajedrecista, que era un disertante encantador, que era serio, que amaba la vida y las mujeres bellas, que antes de morir, se había ausentado de una forma de vida que confrontaba su forma libre de vivir, que había muerto para un nivel o instancia de vida que negaba sus sueños y utopías más queridas.

En la experiencia cubana todos los días son 26, dice el cartel de la calle, para significar que no hay olvido, que siempre se está tomando un Cuartel, un imposible, una fortaleza de problemas, para rememorar el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, cuando se inició la lucha armada contra el dictador Fulgencio Batista.

Es posible que las imágenes saturen a los visitantes, que sientan detenido el tiempo histórico en ese decoro visual de los viejos edificios, pero perciben la gratitud, el honor de un pueblo agradecido. Si un dirigente estudiantil no sabe quién fue Asdrúbal Domínguez, ¿cómo puede saber quiénes fueron los líderes nacionales recientes, cómo puede saber quiénes son los adalides de nuestra independencia, cómo puede saber quiénes son los fundadores de la nacionalidad o las grandes figuras de la Revolución Francesa?

El que preguntó se alejó del escenario, tristemente, y pensó en su última conversación con Asdrúbal Domínguez, sobre un texto de Frantz Fanon, “Los condenados de la tierra”, donde Jean Paúl Sartre escribe un prólogo que vale tanto como la obra de Fanon, sobre el colonialismo.

El que preguntó, recordó una cita de Asdrúbal sobre otro texto de Fanon, un estudio psicológico sobre el comportamiento de los estudiantes africanos en París, la manera subliminal y erótica de vengarse de la Metrópolis, haciendo el amor a las rubias francesas. Recordó la taza de café, el hablar pausado, la risa y la fraterna silueta de un amigo inolvidable. Y simplemente, decidió escribir estas notas.
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lunes, 29 de septiembre de 2008

MANUEL MORA SERRANO en su 75 aniversario


75 años Manuel Mora Serrano

Luis Beiro - 9/6/2008

(En la foto: Alejandro Paulino, Edwin Disla, Manolito Mora Serrano y Miguel Holguín-Veras (q.e.d), mientras compartían después de la puesta en circulación del Diccionario del folklore y la cultura dominicana, en septiembre del 2005).

SU VALOR COMO ESCRITOR ESTÁ TANTO DENTRO COMO FUERA DE SU OBRA

(En Don Manuel Mora Serrano -Manolito-, se sintetiza una parte de la historia de la literatura de la República Dominicana. Por esa razón, Historiadoresdominicanos difunde complacido el trabajo que sobre Mora Serrano publicara el trabajador de la cultura Luis Beiro, en el Listín Diario. Alejandro Paulino Ramos).

SANTO DOMINGO.- Le gusta el vino oscuro y el wisky “claro”, como a Ernest Hemingway. Pero a diferencia del autor de “El viejo y el mar”, él bebe frente a sus amigos, haciendo cuentos de otredad e invocando la belleza a través del mejor exponente que existe: el rostro y el cuerpo de la mujer.

No anda en grupos, ni pertenece a peñas ni a cenáculos, pero es aplaudido y celebrado por todos los grupos y peñas. No tiene alma de marinero, pero le gusta recorrer (aún a sus 75 años) los campos y ciudades de la patria en busca de autores, personajes e historias, para luego trascenderlos en su palabra ejemplar.

Si alguien sabe en este país quién es quién, así como el valor que porta cada escritor del otro lado de su sombra, ese es Manuel Mora Serrano, un hombre poblado de sabiduría y humildad, quien por esta fecha arriba a sus 75 cumpleaños, luchando contra viento y marea para sacar a la luz pública a nuestros auténticos valores.

El personaje:

Su sentido del humor es amplio y contagioso. Extrae de su memoria las mejores ocurrencias y anécdotas como lo haría con su espada un diestro espadachín. No tiene preferencias para usarlo, tanto en los buenos como en los malos momentos. Compartir con él experiencias, aventuras y proezas culturales es un privilegio para los que buscan en los hombres el brillo incandescente de sus ojos.

Manuel Mora Serrano se ha dado a querer y a respetar en un medio tan controversial como el literario, gracias a su transparencia y a su firmeza de carácter. No posee la supuesta habilidad de caer simpático o de hacer “favores”, de manera gratuita. Mora Serrano trasciende porque jamás se ha involucrado en “chismes” ni en conspiraciones gratuitas, ni mucho menos, a “saldar cuentas” contra nadie. Por el contrario, a quienes le desean mal, sólo espera que la vida le de la oportunidad para hacerles un favor. Es, al decir de su gran amigo Arquímides Durán, ese majestuoso caballero que un día llegó de Pimentel, creyendo que el mundo era una fábula magnífica que podía ser vivida por todos y por todas con gran intensidad sin mirar las marcas y los tenues embates del amanecer cayendo como mole homicida sobre sus espaldas quemadas por el sol.

Y con su fe en el valor de la palabra y en el valor de la mirada de los hombres, se hizo abogado e impartió justicia en una buena parte de su amada región cibaeña, y donde también se había enrolado con gentes llenas de talento y de amor por las letras para fundar grupos culturales que todavía hoy son ejemplo de creatividad y crecimiento espiritual.

El escritor:

Padre ejemplar y amigo sincero, bajo la firma de Manuel Mora Serrano han aparecido algunas de las mejores páginas del siglo XX dominicano. Junto a la belleza estética de sus escritos sobresale también la profundidad de sus ideas y el instinto de rescatar la obra ajena, aquella que por diversas causas no pudo salir a la luz pública en su momento con toda su fuerza y su valor estético. Desde juventud escribió poesía, pero prefirió la narrativa, género donde ha dejado novelas y relatos que lo inmortalizan.

Mora Serrano dedicó 30 años de su vida a dejar constancia de su pensamiento literario en diversos periódicos y revistas nacionales. Su muy leída columna “Revelaciones”, un modelo muy difícil de superar, también recogía la crítica y la investigación como modelos a seguir.

Memorias:

Un hombre que a pesar de sus dimensiones literarias y humanas permanece en bajo perfil no puede dejar de ser motivo de interés para los que buscan una historia distinta en tiempos donde imperan la vanidad y el ansia insaciable de reconocimiento.

Manuel Mora Serrano es un “hombre de a pie”, pero mucho cuidado con mezclar letargo con juntura: cuando llega a cualquier sitio hay que “sacarle su comida” porque se vuelve el centro del mundo y no precisamente por el tono de su voz, sino por el aire de su historia. Alberto Peña Lebrón, y Cayo Claudio Espinal son, entre otros, algunos de sus buenos amigos de hoy de esos que guarda en un lugar muy especial de su afecto y a quienes acude en sus momentos de mayor urgencia vivencial.

Llegar a los 75 años con la frente en alto y la razón prendida de azahares es sólo dado a los que saben sostenerse, tanto en los bosques como en los mares.

Pero si también, el portador de esa efeméride cumple con una obra literaria nutrida de arpegios luminosos, el aplauso que merece es mucho mayor.

Mucho necesitan nuestras letras del retorno a los tiempos de la primera juventud de Manolo, cuando recorrer el país en busca de nuevos autores y aventuras era un sagrado instinto de creatividad.

Ojalá que nuestras nuevas generaciones comprendan la importancia del “turismo literario” de carácter interno y de la apertura de nuevos auditorios y espacios para la creación. Mucha falta que nos hace.

HISTORIA

Su vida:

Nació en Pimentel, el 5 de diciembre de 1933. Hijo de Manuel Mora Jiménez y María Ofelia Serrano. Cursó sus estudios primarios en su pueblo natal y los secundarios en Santiago de los Caballeros y en San Francisco de Macorís. Se graduó de abogado en la Universidad de Santo Domingo en 1956, profesión que ha ejercido durante muchos años. Entre 1958- 59 se desempeñó como Fiscalizador de los Juzgados de Paz de Pimentel, Mao y Villa Altagracia; en 1960 como Juez de Paz en Pimentel y en 1961-63 como Juez de Instrucción de San Pedro de Macorís.

Es miembro honorario del Ateneo de Moca, de la Sociedad Renovación de Puerto Plata y presidió la Sociedad Literaria Ad-miversa y el Club de Pimentel. Desde su columna Revelaciones, publicada en diferentes periódicos de Santo Domingo durante sus tres décadas de existencia, ha promovido a los principales protagonistas de la literatura nacional, especialmente a los escritores de provincias.

Sus investigaciones han ayudado al rescate de muchos autores y obras olvidadas por la historia y la crítica literaria local. En 1979 obtuvo el premio Siboney con la novela “Goeíza”, obra dedicada a rescatar a la Ciguapa, un personaje popular de la mitología dominicana.

viernes, 26 de septiembre de 2008

CIGUAPA DE ROSA TAVÁREZ


¿Qué me mira, cara de güira?
¿Qué me ve, cara de pez?
Soy ciguapa como Ud.
y los pies tengo al revés.
LNG
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domingo, 21 de septiembre de 2008

Ricardo Rivera Aybar

El Mito de la ciguapa
Tomado de la novela El reino de Mandinga, Premio Siboney 1985.

Y fue en la mañana y la tarde del día quinto cuando, decidido a pasar revista a todo lo creado, trepó escarpados cerros, vadeó caudalosos ríos, atravesó sierras impenetrables, aspiró la fragancia genital de la tierra desnuda y de los montes vírgenes de una región de aspavientos primigenios, donde el espectáculo de serpientes emplumadas, dinoaurios combatientes, procesión de moluscos trashumantes, hormigas supernumerarias y plantas fornicadoras fueron la fórmula perentoria y lacerante del apremio por la supervivencia, y he aquí que cohabitó Guaracocha con las hembras animales y vegetales consumidas de melancolía en las rutas de tentación de este universo temporal, pero como tales hembras no podrían darle descendencia, fue en la mañana del día sexto cuando se resolvió a decretar: "Hágase la hembra a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y señoree en las demás hembras de los cielos, las aguas y la tierra, y en suma sobre todo animal que se anda arrastrando sobre la faz de la tierra". Y Creó EL la mujer a su imagen, a imagen de Guaracocha, y como fue ella el engendro postrímero y cabal de una deidad marcada por un origen y un destino torcidos, torcido había de ser también algo de sí misma, por lo menos una parte del cuerpo de sí misma, de modo que quedó con los pies combados, y de tal forma resultó aquella hembra primogénita ser contrahecha, que aunque tuviera semejanza humana, poseyera rostro y miembros humanos, los pies de ella no eran rectos sino torcidos, por lo que cuando se movía no parecía que anduviera en derecho por tener los pies hacia atrás, y cuando andaba, siendo vista de frente, no parecía posible que se acercara, así como vista por detrás no parecía posible se alejase. Pasmado quedó EL de ver aquella criatura del absurdo, aquel ser inacabado de sus culpas, y sin embargo no paró mientes en avenirse con ella, intimarla, cortejarla y cohabitarla ininterrumpidamente hasta el día séptimo, en el que antes de retirarse a descansar llamó "Ciguapa" a su compañera, en cuya unión finalmente hubo de hincarla la tierra de varones y hembras de pies rectos y voluntades torcidas, que serían la simiente verdadera de la nueva raza de bronce llamada a poblar los reinos de su heredad.

Entonces tomó resolución Guaracocha, así quedó algo satisfecho de su obra, hacer su asiento en un gragmento de esta cosmografía quimérica que más tarde, millones de años más tarde, un poeta embriagado de nostalgia habría de colocar en el mismo trayecto del Sol y lo haría oriundo de la noche. De esta suerte llegó a occidente de hombres cándidos y simples que en el colmo de su ingenuidad, con el tiempo accederían a entregarle sus tierras, su oro, sus ganados y hasta sus mujeres al extranjero, a cambio de la insólita posesión del Sol y la Luna. Y así hubo de radicarse Guaracocha por los siglos de los siglos en este reducto atroz y blasfemo de diálogos con guacamayas y fornicaciones inverosímiles, deshaciendo y recomponiendo los capítulos inconclusos o defectuosos de su creación, que en definitiva reveló un orden desigual y un equilibrio singularmente disparatado, prueba de lo cual fue el caso de los infortunados perros, que por hallarse en un mundo tan reciente, en noches serenas y despejadas se pusieron a ladrarle a la luna, perturbando el sueño inviolable del amo de estos desparramados reinos, lo que motivó que un día, en un rapto de cólera, éste se resolviera a dejar a los individuos de esa noble casta sin voz condenándolos a deambular como seres extraños sin rumbo y sin destino por las inconsolables comarcas de la infamia, cual mudos testigos de los exabruptos de la entelequia y los actos de la profanidad a los que daría lugar la incontinencia del Ángel de las Tinieblas, quien auspició, como epílogo a su obra de apostasía, la degradación y la vida airada de sus súbditos, promoviendo la implantación de los lupanares del vicio, revelando ser ulteriormente un incomparable animador de la cumbiamba, la conga y el cumbé, así como sería en sus primeros tiempos el verdadero artífice de los carnavales pleistocénicos, donde se cuenta que entraba de incógnito, obsesaba a los hombres metiéndoseles en el cuerpo y bebía sin medida hasta los amaneceres sin resplandor de las macebías, ejerciendo su desmesurado carisma de amante infatigable, de macho prehistórico babeante de lava de averno, transpirando su hedor de azufre y agitando su rabo de perro alborozado sobre el resuello de un séquito de hembras estragadas por aquellas jornadas de amor inaudito que si no fuera porque las vivimos en carne propia no las creeríamos pues siempre oímos hablar de varones inconcebibles que hacían un amor de escarabajos de domingo a lunes, y no nos imaginamos que los había capaces de hacerlo también de domingo a domingo y lo decían en el mismísimo instante de su dulce agonía.

Cayo Claudio Espinal

La muerte de la ciguapa

Oyó el golpe seco de los ahorcados que caían en el piso de su alma, arañaban, pataleaban morados. Entonces un dolor de tonelada se le vino encima de pronto y sentía cómo se le asfixiaban una a una las cosas vividas en los años de su existencia. Pero luchó con puños secretos que tenía, con uñas se agarró a los minutos y se tapó la boca con trapos para no gritar hasta que su cuerpo se tumbó en el cansancio, en la inconsciencia del sueño.

Al recordar que las tristezas del mundo durante generaciones habían convertido en medio animales, en medio humanos a su familia, el cuerpo se le llenó de pavor y miedo tembloroso:

Recordó que su madre le decía que después de unos gritos horribles y estridentes, dentro de los mismos gritos llegaba, emergía un canto dulce, fluido y que era entonces cuando ellas podían convertirse en ciguapas o morían.

-No seguiré así, no moriré mañana. Dijo.

Todo comenzó cuando la vida se le hizo un nudo en la garganta.

Primero se llevaron a Pedro, lo metieron en la cárcel, jamás lo volvió a ver.

A su hijo El Moreno se lo trajeron de Vietnam, descalabrado. Todo muerto. A Boca de Perro le cortaron la lengua, sus adorables manos.

Su pobre Danilo quedó loco de tantos golpes que le dieron los guardias nacionales. A Sócrates se lo envenenaron.

Así fue como quedaron los hijos que tuvo aquella vez cuando ella andaba por el mundo.

Vivía en Pueblo Lorca, Municipio de la Provincia Duarte.

El sol amarillo del mundo cae aquí, los objetos parecen hechos de piel de girasoles.

El pueblo amarillo de Lorca fue mandado a construir por decreto. Sus habitantes se levantan temprano a acariciar las vacas que mugen de hambre; el gobernador tiene un sueño sensible y siempre se despierta rabioso.

Lo más interesante de este pueblo es la obligación de fornicar desde las nueve de la noche en adelante para que los hombres no piensen en tumbar gobiernos.

Y que se sepa en Pueblo Lorca a las mismas nueve de la noche comienzan los quejidos y los ríos de semen por las cunetas boyan donde los perros se los beben.

-No seguiré así, me moriré mañana. Dijo.

Como de costumbre, comenzó a recoger cucarachas de las que pasaban corriendo, les caía atrás y las exprimía. (Si las cucarachas cantaran como los grillos no hubiera derecho a matarlas; pero sólo pasean y comen y nunca levantan la voz). Pensó en los hombres. Fregó los platos. Mudó las sillas de guano a su sitio de costumbre. Cortó flores de su patio y las puso en un frasco color jarabe, ancho y lleno de agua. Luego comió: “a barriga llena corazón contento”.

-Si esta es la vida quiero morirme.

Por eso cuando sintió los ahorcados cayéndole en racimos, dejó que le sobreviniera un frío intensísimo que le erizaba los bellos y le paraba tanto los cabellos que parecían extendidos alambres negros.

Los ojos casi se le salían, empezó a gruñir convulsamente, a crisparse, los pies se le estaban torciendo con un sonido de palo quebrándose, ella gritaba, sudaba granos de lágrimas y el sopor la embargaba. El grito mayor fue cuando comenzaron a volteárseles las caderas, chirrió de espanto, la cara se le volvió una mueca, respiraba como resoplando con el estómago, extendió los pies como lo esterican los muertos, sintió cómo los gritos se les iban convirtiendo en una melancolía pesada y espesa, en una tristeza capaz de matarla y de la que salía un canto involuntario, un canto ajeno a sus fuerzas, un misterioso canto sostenido alto, melodioso, que dejó alargar como un hilo de música hasta que se le rompían las cuerdas vocales, hasta que se le estrellaban las arterias, el corazón arrítmico; roja la piel de la cara, morada por falta de respiración fue cayendo a la tierra hasta que sin dejar de cantar, sólo dio una revolcada de pollo y murió.

Se dice que el canto paralizó a los que lo escucharon y que éstos quedaron fuera de sí, atormentados, llenos de pesadillas, definitivamente inútiles para siempre.

Esa mañana fue encontrada derramando chorros de sangre por las narices, junto a los girasoles que ella criaba con sus orines en el triste Pueblo Lorca.

Todos sabían por qué morían las ciguapas, pero nadie dijo nada y los hombres siguieron ocupados, despertando, levantando quejidos a las nueve de la noche.

Publicado en Coloquio, sábado 28 de octubre de 1989
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EL AMOR DE LA CIGUAPA


Curtido en luchas intestinas, veterano guerrillero, Prudencio Meregildo se ha independizado con sus secuaces tomando posiciones en torno al fogón, donde manos expertas se mueven incansables manejando los cuchillos y los criollos aderezos. Sobre enorme brasero se cuece el fruto de la rapiña; un cuarto de res y un centenar de hermosos plátanos de la hoya del Camú. Mientras emanaciones apetitosas invaden el ambiente, con la promesa de una tardía pero abundante cena después de la cual, habrán de conceder a sus cuerpos algunas horas de merecido descanso. Recostados unos sobre las raíces de los árboles, tirados otros en el suelo y formando los restantes ruidosos grupos que se entregan con igual facilidad a la discusión que a la charla estrepitosa. 

Ha cesado como por encanto la algarabía, al levantarse esa voz pausada con la apasionante seducción de lo enigmático, de lo sobrenatural. Es a la hora del reposo, tras fatigosas jornadas de excitación y de peligro, en que las sombras y el silencio circundantes predisponen al retraimiento, a la superstición. 

Y mientras llega la hora de saciar el hambre: 

-Cuando en las grandes siembras de café empezaron a tumbar los montes, antes de talar, marcaban el terreno con unas trochas larga y por esos mismos callejones bajaban de noche las ciguapas a robarse la sal y la manteca. Pero aunque las sentían escarbando en las cocinas, nadie se levantaba, se contentaban con dejarlas hacer y deshacer y ni siquiera ladraban los perros, porque ellas los bajéan primero. Noches había, que no les permitían pegar los ojos y se las pasaban desvelaos en sus barbacoas, contando las horas hasta que a ellas les daba la gana de volverse al monte, y namá se les oía el canto: jup, jup, jup. Loma adentro, sembraban frijoles en los claros y así que cerraba la noche, venían de ni se sepa dónde y desenterraban los granos. Cosas que yo no sabía oí contar en esa reunión: no hay machos sino hembras, y cuando se enamoran, porque dicho sea de paso se encaprichan igualito que las mujers, no le pierden ni pie ni pisá a su hombre hasta que éste, despavorío, tiene que consentir. Echarles mano ya es cosa más difícil. Que se sepa, el único sistema conocío, asigún aseveró el mentao Tolentino Fermín, es chubarles un perro negro cinqueño y más adelante las encuentra usté añingotás soplándoles: ¡sió perro! ¡sió perro! muertas de miedo. Pero hay que seguirles la huella, no como al cristiano nacío de mujer bautizá, sino por la dirección de los calcañales, porque tienen los pies al revés y cuando corren, les suenan como chancletas. 

-¡Jum! -hizo uno, abriendo desmesuradamente los ojos- ¡Carijo! ¿Esas no serán cosas de Satanás? 

-¡Bah!-repuso en su misma cara el que le quedaba al lado-. Ese cuento es más viejo que el andar a pie. Siempre son referencias de otros; que Celesto la oyó, que Presbisterio la sintió, que a mi comadre Olaya le dio un susto... pero todavía no encuentro la persona que me diga claramente: ¡yo la vide con estos ojos; tenía una mata de cabello que le arrastraba por el suelo y corría con los pies al revés! ¿Digo o no digo la verdá, amigo Severo? De los presentes, el que tenga un testimonio de esta clase, que lo haga valer aquí y nos dejará convencidos pa réquiem.

 

-Eso de que las hayan visto es bacalao de otro barril. Lo que opina Benito es la pura realidá: que me aseguraron, que yo oí cantar, que me dijo mi compadre Anacleto ¡pero nadie la vio con sus propios ojos, ni le puso la mano encima! Y mientras tanto quedamos en la misma, creyendo en una cosa, poique yo no niego que también creo, de la que nadie puede decir ¡este pelo es de ella, yo mismo se lo arranqué! 

-Fue en La Vega -terció otro- donde sucedió lo que les voy a contar. Pero la verdá sea dicha, tampoco voy a jurar que las he visto. Cierto día, un hombre salió a cazar camino de Jarabacoa, donde andaba el puerco cimarrón jugando al garrote por entre esos pinares. Después de medio día caminando monte adentro, el perro que lo acompañaba rompió a ladrarle a un tocón lleno de flecos. Receloso, poique no cataba pájaro ni animal, se acercó y vio que no eran tales flecos ni bejucos como había creído primero sino cabellos. Y de lejos, comenzó a lavantarlos con el cañón de la escopeta ¡Y aquí fue donde retorció la puerca el rabo! ¡Oigan eso! Se encontró con un par de ojos como de gente que lo miraba. Los de una ciguapa, mansita como una gallina y se la llevó al pueblo. Pero taba de parto y los pechos le diban estilando la leche. Cuando el hombre del cuento se aburrió de ganar dinero con la pájara ésa, llegó hasta a pasearla por las calles, pero el cura, lo obligó a devolverla al mesmo sitio del mote que la había capturao, poique se manijaba llorando su cría, la pobre. Esa no llegaría a una vara de alto, asigún me contó el viejo Tomás, que es hombre serio y no dice una cosa por otra. Él era todavía un muchacho en esa época y pudo verla con sus propios ojos. 

-Historias, historias... ¿A qué se debe entonces, que en mi camino se se hayan cruzao junca, con tanta montaña solitaria como he rejendío yo a toas horas del día y de la noche? 

-Es que a to el mundo no se le aparecen, amigo Carpin, hay que tener la sangre dulce pa ellas, lo mismo que pa las pulgas. 

Prudencio Meregildo, que se disponía a encender un grueso cigarro, tiró el fósforo lejos de sí y lanzó una risotada. 

-¡Anjá! -dijo burlón-, ¿Cómo el que siembra cocos sentao en el suelo, para que la mata se dé bajita? 

Pero no faltó quien, interrumpiendo la carcajada general, formulara muy en serio la siguiente observación: 

-Que no se figure nadie, que esas son cosas de ahora. Mi abuelo juraba haber visto las ciguapas, y los indios también, que éstos últimos viven en cuevas, abajo el agua. Y cuando el río suena, por algo será. Si quieren, y no me estorban con sus jaranas, yo puedo contar algo por el estilo. 

-¡Cuéntalo! ¡Cuéntalo.

 

ESCRITO Por ALFREDO FERNÁNDEZ SIMÓ

Publicado en Coloquio, sábado 28 de octubre de 1989

¿Quién era Parlero?

De ciguapas cotidianas

Por Parlero

En estos tiempos que corren aerodinámicamente, y en que imperan la radio, el aeroplano, los helados en palito, la sulfanilamida y los tingo-talangos, sin contar con las maravillas aún no soñadas que habrá de traernos, en su apiñada maleta, la señora Post-Guerra, cuando hayamos ganado la Victoria, son muy pocos los pueblistas de volátil guayabera y de sandunguero caminar, que han oído, directamente de verídicos labios campesinos, las apasionantes historias de las ciguapas. Y tal vez, y hasta sin tal vez, puede que haya muchos que ni siquiera sepan, ni remotamente, lo que es una ciguapa.

Yo, la verdad, no tengo el honor de conocer personalmente a las ciguapas, pero, según las historias que corren, las ciguapas son a las montañas, lo que las ninfas a los ríos y las sirenas a los mares. Desde luego, que las ciguapas son mucho menos poéticas, según nos las describen las viejas leyendas. Una ciguapa es un ser que media entre el animal irracional y el hombre, pudiéndose asegurar que no es ni la una ni la otra cosa, propiamente dicho. Para dar una mejor definición de lo que es una ciguapa, según las noticias que tengo, diré que es una gente que parece animal y un animal que parece gente (en esto, muchas gentes que visten y calzan y que pululan por nuestras calles, no se diferencian mucho de la ciguapa, ¿verdad?). Tienen ellas, y esta es una de sus principales características, los pies volteados hacia atrás, con el calcañal delante; el cuerpo lo tienen cubierto de vellos gruesos y sus cabellos tan largos y abundantes que, como un manto, la protegen de las inclemencias de la intemperie. No hablan, pero sus emociones las expresan por medio de unos "jupidos" que les son característicos y que aún hoy, pueden oírse en el interior de nuestras montañas.

El entusiasmo que ha despertado en esta ciudad el concurso de alpinismo que patrocina la acrecitada casa comercial de los señores Manuel de Jesús Tavares Sucesores y el premio que ofrece para el primer grupo de excursionistas que en el año del centenario de la República logre subir primero al Pico Trujillo, ha puesto en nuestros corrillos las cuestiones de las montañas como cosa de palpitante actualidad, no siendo pocos las "brujas" que en sueños ven barajarse, mágicamente, los escarpados picos de las montañas con la montaña de papeles que supone el jugoso premio ofrecido. Así, pues, es de actualidad también como cosa de la montaña, la siguiente historia que un Don amigo mío, cuya testa hace pensar en la desolada cumbre de La Rucilla, relató en un corrillo una de estas noches últimas, y la cual historia, advirtió, no era un cuento hijo de la imaginación, sino algo real que había acontecido.

A PRINCIPIOS DE ESTE SIGLO, comenzó diciendo el Don mi amigo -conocí en San José de las Matas a Siñó Simón Peralta, quien entonces cifraba en los ochentas años largos. Era Siñó Simón un viejo pequeñito, rechonchito, muy velludo, juguetón (casi un primo octavo de las ciguapas). Él había nacido y se había criado en la Cañada del Caimito, paraje próximo a Las matas, y que debe haber sido un edén cuando Siñó Simón era un niño; se trata de un vallecito fértil, surcado por arroyuelos de aguas cantarinas y claras, circuido de altas colinas por un lado y pinares y pomares orejanos en todas direcciones. El hecho ocurrió cuando Siñó Simón era un niñito en faldetas (entonces, decía él, le llamaban Simoncito, y a la verdad que le quedaba bastante mono el diminutivo)... El "fundo" de los Peralta estaba en un altico, al otro lado de la cañada; en el fondo del patio había un cultivo de café, en el extremo del conuco de la familia. Este lugar era sitio predilecto de las ciguapas, pues abundaban en él las matas de ciruelas que era su fruta favorita y el cafetal de los Peralta el punto preferido para su entretención. De los propios labios de Siñó Simón oí lo siguiente: “Una ciguapita muy retozona y más atrevida que las otras que acostumbraban frecuentar el conuco, nos llegó a ser familiar, pues muy a menudo la veìamos de día en lo alto del cafetal; desde allí nos “jupiaba” a los muchachos, y nosotros habíamos aprendido a “jupiar” como ella. Así se cultivó nuestra confianza y nos hicimos amigos, al extremo de que un día logramos llevarla a casa. Taita estaba en una montería, y Mamita se asustó tanto al ver a la ciguapita en el patio con nosotros, que quiso echarla, pero al mirar la cara triste que tanto ella como nosotros pusimos, volvióse a la cocina y nos dejó jugando con ella. Esa ciguapita era lo más alegre y retozona que yo había visto; daba saltos, se retorcía, ensayaba quejidos de gozo y abrazándonos a los varoncitos, se revolcaba por el suelo con nosotros, como cosa que le era de mucho gusto. Cuando Taita volvió de la montería nos riñó por haber tenido a la ciguapita en casa, pero a ruegos de todos desistió de echarla, y, al fin, a él también le cayó en gracia y la dejó que permaneciera en casa. Desde entonces la ciguapita se quedó con nosotros. Todos los días iba al monte por un rato, pero siempre volvía y de noche se iba a dormir al cafetal.

En esa época era cura de San José de las Matas, -siguió diciendo Siñó Simón-, el Padre Espinosa, y Taita y él eran muy amigos y compadres. El Padre supo lo de la ciguapita, y le escribió una cartita a Taita en la que más o menos le decía: “Compadre: he sabido que Ud. tiene una “cosa” en su casa que puede traerle un gran trastorno en la familia. Yo le aconsejo que salga de eso inmediatamente. Si es gente, cosa que puede ser, Ud. debe traerla a bautizar. Venga a verme tan pronto como Ud. pueda”. Al día siguiente Taita fue al pueblo, vio al Padre y parece que hablaron mjy seriamente, pues Taita regresó al anochecer con la cara triste. El Padre le había hecho jurar que sacaría la “cosa” de la casa. Hasta Mamita lloró al saber lo que había jurado Taita, pues ya le teníamos mucho cariño a la ciguapita.

“Me acuerdo como si fuera hoy y todavía me entristece. Taita cortó una vara de romerillo, cogió a la ciguapita por un grazo, se la llevó al sitio más alto de la colina próxima, y a foetazos la echó por la desguindada del otro lado. Nadie habló esa noche en mi casa: ¡tan tristes estábamos todos!

Por varios días no volvimos a ver a la ciguapita, pero a pocas semanas volvió al cafetal y comenzó a jupiarnos. Así siguió haciéndolo todos los días, acercándose cada vez más a la casa. Taita no sabía qué hacer. Un día fue al pueblo, trajo una escopeta, y cuando la ciguapita se acercó a la casa, la cogió por los cabellos, se la llevó al sitio más alto y allí le largó un tiro para espantarla. Desde entonces no volvimos a ver a esa ciguapita que tanto nos había encariñado; pero las otras compañeras, que eran hurañas como son todas ellas, siguieron por mucho tiempo volviendo a nuestro conuco. El tiempo y la ciencia que ya se iba adentrando en nuestro sitio, hicieron más tarde que ya no volviéramos a ver más ciguapas”.

“Así terminó su extraño relato el viejo Siñó Simón –nos dijo Don amigo mío-, relato que nos llevó a épocas remotas y lejanas en que la ingenuidad y la pureza de alma eran flor que brotaba espontánea y lozana en todos los eriales, y en que la leyenda embriagaba el ambiente, con incienso…

Un listo adinerado, que estaba escuchando el relato, al terminar el Don amigo, aseguró estar dispuesto a dar una recompensa de $500.00 y hasta más, por una ciguapa viva que no estuviera mordida por los perros y que, si posible, fuera tan “descalentadita” como la ciguapita amiga de Siñó Simón.

Bonita oportunidad tienen, pues, los grupos de excursionistas que se preparan para ascender al Pico Trujillo, pues podrían hacer, como se dice corrientemente, en una vía dos mandados, si logran atrapar una ciguapa y traérsela al señor adinerado que ofrece quinientos pesos por ella!...

NOTA BENE. Luego he sabido que para coger una ciguapa hay que cazarla de noche, en un viernes de cambio de luna y con un perro negro que tenga blanco el hocico, la punta del rabo, las cuatro patas y el lomo del espinazo. VALE.

Publicado en La Información, de Santiago, R. D. 1943
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sábado, 20 de septiembre de 2008

CONFECIONES DE UN LITERATO


mujer en la cama pensando

Acaso no sea verdad que se nazca literato. Acaso sea verdad que llegamos a amar a los libros influidos por algo o alguien. De saber uno el dolor y la envidia, la amargura y las grandes frustraciones que viviría dedicándose a una actividad que no produce dinero en estas islas del trópico y donde hay tanta cizaña provincial, tanto odio parroquial y tanta mezquindad, uno debería elegir la burguesía rampante, el vivir bien y hablar únicamente del último modelo de automóvil o de las delicias en el último Resort.

Porque si uno es sincero consigo mismo y habita la tierra real y no la que los hombres han llenado de urgencias deslumbrantes, se da cuenta de que el mejor vehículo de todos NO lo inventó el hombre. Es un invento que viene incorporado a cada persona: son los pies y caminando se conserva la vida, algo que no se vende en los supermercados, negocios sofisticados ni boutiques; y la felicidad no está en las alegres playas con más desnudos que arena, sino en esa serenidad del amor más simple... y nos damos cuenta de que el dinero no produce más que un hermoso aburrimiento el cual seguimos envidiando de estúpidos...

Pero el hombre es insincero y cree que es hermoso todo lo que no tiene y sufre porque anhela siempre lo que no puede tener. Porque usted puede ser Onassis, pero no puede tener a Sócrates mirando el busto de Homero en su pinacoteca porque está en aquella galería y eso lo hace infeliz. Y usted puede ser García Márquez y haber escrito Cien años de soledad, pero se desgarra porque realmente lo que usted hubiera querido escribir era esa novelita mejicana: Pedro Páramo.

Entonces, si el hombre desea ser hombre, habitar la tierra real, debe dejar de ansiar. Eso lo saben los orientales tibetanos hace miles de años, que ser feliz es no desear, no actuar, no querer, porque cuando usted o yo hemos sido felices hemos estado en el corazón virgen del aburrimiento más hermoso, nos hemos preguntado: ¿Y esto es la felicidad?

La persona más tramposa es el artista. Sabe que todo lo que hace no tiene sentido ni le importa al universo. Pero se mantiene haciendo esas cosas inútiles. Útil es la naturaleza cuando hace la zanahoria dorada bajo tierra o al tomate sonrosado sobre ella y luego aquello alimenta criaturas y les da vigor y fuerza. Útil es el panadero que amasa con sudor y harina la saliva del hombre. Pero el escritor no es más que un impostor y lo sabe y vive pavoneándose de ese impudor. No somos más que unos araneros conscientes, hacer literatura es un acto masoquista como todos los actos humanos.

Me canso de decirle a algunos escritores vanidosos, pagados de sus obras, que sólo hablan de sí mismos, que son farsantes; sobre todo los poetas, porque la poesía no es ciencia ni es cosa alguna que se debe realmente al esfuerzo elal del hombre; se es poeta y no se sabe por qué. Todo en la poesía es surrealismo auténtico, pero surrealismo inconstante como todo lo auténtico surrealista. Lo que descubrieron Bretón y sus gentes lo sabía muy bien Rimbaud y lo sabía aquel muchachito infame porque no lo sabía y en eso consiste la ciencia de la poesía. Todavía la definición de Lorca gana atención real.

Hablar de uno, de su infancia, de su pubertad llena de sueños pavosos, de su madurez lograda a base de saber que nunca se llega a conocer, que no se es nadie, es un acto de presunción.

Tal vez esté presumiendo en estas confesiones, pero en verdad siento asco de todos nosotros. Lo único que no me asquea y me sigue maravillando es que ese saco de escrementos y desperdicios que es el hombre pueda hacer algo tan transparente y tan impúdico como la poesía.

Tal vez, sencillamente, me estoy poniendo viejo.

Santo Domingo, 1º de octubre de 1989
Manuel Mora Serrano

MANUEL MORA SERRANO


http://pattyblanco.blogspot.com/ mujer redonda


COLOQUIO EN COLOQUIO

Coloquio con Manuel Mora Serrano.
Bruno Rosario Candelier y Rafael García Romero.


sábado 28 de octubre de 1989

BRC. Vamos a hablar sobre la ciguapa. He notado que la imagen de la ciguapa te persigue. Y también veo que te da satisfacción remedar sus hipidos... ¿de dónde vienen las ciguapas?

MMS. Es extraño el caso de la ciguapa. En el campo donde yo pasé mi infancia era un campo llano y en consecuencia, el mito de la ciguapa no estaba vivo. El mito de la ciguapa vive en las montañas. Ella es un ser de montaña. Por eso la alcanzo tarde, a través de la lectura de una novela inédita de Nolasco. Sí, la novela inédita de Nolasco entonces se llamaba "La Colorada". Creo que ahora la reestructuró y tiene otro nombre. Yo no me hubiera preocupado de la ciguapa si Frank Moya Pons, cuando estaba en la Universidad Católica Madre y Maestra, no me hace la propuesta de dar una charla con un tema dominicano. Entonces le dije que lo pensaría y luego empecé a desarrollar mentalmente la posibilidad de escribir sobre la ciguapa. Luego, comencé con Freddy Gatón Arce a investigar sobre la ciguapa. De esa forma anduvimos el país entero. A partir de este hecho, desde 1972, de mis investigaciones y mi constatación del mito en nuestra geografía, mi pasión por la ciguapa se fue convirtiendo casi en una obsesión. Primero porque encontré mucha gente que CREÍA en ella. Gente con fe absoluta en que la ciguapa existía. Si yo no hubiese encontrado a esas personas; y no hubiese constatado que el mito era y es nacional, ya que existe en todas las regiones del país (no hay ninguno de los otros mitos que sean tan recurrente al de las Indias de los Charcos, -que yo siempre he dicho que es el más hermoso de todos los mitos dominicanos, inspirador de Orlando Morel para "La Señora del Agua"; y que aparece en los novelistas haitianos (los escritores haitianos, muy consecuentes con su folklore, con lo que el pueblo haitiano cree, además de ser excelentes escritores, como es el aso de Jacques Romain)...

BRC. ¿Y de dónde te vino esa relación con los clásicos griegos? Porque en Goeíza se aprecia una huella de los clásicos griegos mezclada o ensamblada a nuestra realidad.

MMS. Lamentablemente tuve que recurrir a los clásicos griegos. Lamentablemente porque debí haber escrito una novela más moderna. Pero resulta que yo había concursado en el Siboney el año anterior con otra novela que perdió, y donde parte de los sucesos, que luego se contarían en Goeíza, aparecerían. Utillicé el método de disfrazar esta novela, traté de que pareciera de otro autor, cambié los nombres de los personajes... y además, porque quise escribir una novela dialogada totalmente. Fue una sugerencia que me hizo un amigo que al leer los primeros capítulos me dijo: "Pero tú deberías hacerla toda a través de diálogos". La novela dialogada es una novela muy antigua. Esto es, hay tradiciones de éso. Yo traté de hacerla como si cada personaje fuera un narrador en sí mismo. como no había una tradición que yo tuviera a mi alcance, de un diálogo tan largo, porque generalmente los diálogos son muy breves, recurrí a los que mejor han escrito en el mundo, que son los clásicos griegos, quienes han escrito sobre todo diálogos. La mayoría de sus obras son tragedias, y son dialogadas. Pero me impregné tanto de la forma de los clásicos, de Eurípides, que es mi autor favorito entre los tres grandes clásicos griegos. Además de que, si ustedes recuerdan, hubo una época en el país en que se leía mucha filosofía. Y los diálogos de Platón era una lectura obligada de mi generación. Cuando yo era joven, estábamos obligados a leer a Platón. Y leíamos mucha filosofía, porque los libros de filosofía eran muy baratos. Venían en las ediciones de Torna, Austral, a veinticinco centavos, a cincuenta centavos... Leíamos a Pascal, leíamos, leíamos todo lo que fuera filosofía, sobre todo a Aritóteles y a Platón. Es una cosa muy curiosa que las siguientes generaciones dejaran de leer tanta filosofía. Incluso había un grupo en Santo Domingo que se llamaba "Sociedad Amantes de la Filosofía", orientado por Pablo Casimiro, papá del poeta Tomás Castro, y con él había un muchacho: Sandoval, que murió no hace mucho, y se reunían para estos fines. Nolasco participó en esos encuentros. Recuerdo aquella primera vez que Nolasco me dijo: "Voy a hablar de filosofía hoy", siendo marino, de la Marina de Guerra. Para mí fue una cosa extraordinaria encontrarme con un grupo que estaba hablando de filosofía. ¿Y qué es la filosofía? Yo leía filosofía, pero no sabía que eso era la filosofía. Me imaginaba que la filosofía era otra cosa. Entonces, Antonio Fernández Spencer, quien también aportó mucho, acababa de llegar de España. Franklin Mieses Burgos, hacía reuniones en el Instituto Cultural Hispánica, que entonces estaba en el Edificio Ocaña, en la Luperón con Meriño. Y ahí nos reuníamos. Yo venía del Cibao a las reuniones del Círculo.

Naturalmente, que cuando supe que la filosofía no era más que especular sobre la verdad, sobre la materia y sobre cualquier otra cosa; o sea, que era hacer especulaciones, entonces me encontré que eso era muy fácil. Hacer filosofía era muy fácil para mí. Y todos éramos medio filósofos. Vivíamos discutiendo sobre filosofía, y en una mesa de tragos, en lugar de estar hablando de otras cosas, lo que discutíamos era de filosofía. Sobre todo, las ideas de Aristóteles, las ideas de Platón. Y a eso contribuyó el que existiera esa Sociedad y el que estuviera Antonio Fernández Spencer, quien venía con las ideas de Ortega y Gasset. En ese tiempo, todos éramos orteguistas.

RGR. ¿Qué significó para Manuel Mora Serrano escribir Goeíza? ¿Fue un libro que nació bajo los rigores de un programa de trabajo sistemático? ¿O fue un libro que se fue haciendo espaciadamente?

MMS. Parte de la novela ya aparecía en una novela anterior. Es una larga novela de 150 o 500 páginas. De ahí yo voy a sacar material para otras novelas. Y los personajes tenían nombres comunes, por ejemplo: Marrero. En aquella novela aparecían los nombres que utilicé para llamar a mis ciguapas. Igualmente, representaba a todos los brujos de Samaná.

BRC. ¿Corresponden a nombres reales los de tus personajes, aún los nombres de las ciguapas?

MMS. No. Las ciguapas, que yo sepa, nunca han tenido nombres. Por cierto, a mí me dio mucho trabajo buscarle un nombre a mi ciguapita enamorada. Yo quería un nombre que fuera ardiente, que fuera apasionado... Entonces recurrí a "Aurelia", que me creó un problema con una señora de mi pueblo que se llama Aurelia, pues me dijo: "Yo dizque estoy en una novela tuya". Era una señora que una vez tuvo una pasión muy encendida con Tiberio Castellanos.

En cuanto a lo de la metodología o no metodología de Goeíza, yo reciclé una temática anterior. Estaba llena de folklore. En ella se entremezclaban los brujos de Samaná. Mencionaba a Yota, y a una que todavía aparece en la novela, porque era una de esas brujas poco conocidas: Ramona La Cabellera. Realmente, aquella novela era el producto de toda mi investigación folklórica del país. Lo más interesante es que fueron los invidentes y los caminantes quienes me dieron la clave para la novela.

BRC. ¿De qué manera?

MMS. Nosotros encontrábamos a un ciego, por ejemplo, y yo le preguntaba: "¿Cuánto usted se gana en un día pidiendo limosna?" Y el me decía: "Cinco pesos". Y le decía entonces: "Pues siéntese ahí que yo se los voy a dar". Lo sentábamos en una mesa, a veces bebían tragos, o comían de lo que había; entonces comenzábamos a hacerle preguntas y el ciego a contarnos historias. Un ciego, en Cabrera, me hizo la historia de las Indias de los Charcos que aparece en Goeíza. Y aquéllo de que hay gente que vive 7 años abajo de un palacio, un palacio encantado que hay bajo el agua, me la hizo también ese señor. Los Dun-dunes, que aparecen en la obra folklórica de Mélida Delgado, que le llama Tun-tunes, son una tradición muy antigua de Cabrera, y de las zonas aledañas de Cabrera.

Claro, yo entonces me invento que se trata de un sapito, pero en sí, la tradición del Dun-dun, se trata de un duende TRAVIESO, que hace una serie de cosas extrañas. Casi en todos los pueblos hay tradición de Dun-dun y no necesariamente les llaman así. El Dun-dun es una especie de espíritu que se apodera de una casa y nadie puede vivir ahí tranquilo, la gente termina mudándose de casa.

BRC. Entonces, las Indias de los Charcos no son ciguapas.

MMS. No. Las Indias de los Charcos son un mito completamente diferente al de las ciguapas.

BRC. ¿Cuál es su origen?

MMS. Siempre he dicho que se trata de un remanente del amor de nuestro pueblo por los indios. El dominicano ama a sus antepasados indígenas. A nivel popular, los veneran y los respetan como si fueran santos. Si son hombres, los indios son buenos y curan a las personas. Y sin son mujeres, son bellísimas y muy ricas. Uno de los detalles que se pueden resaltar, es que quien lograr vivir con una india y se pasa los siete años en el palacio que está debajo del agua, puede salir de ahí con dinero, con su mujer y sus hijos para hacer una vida normal. Esa es una de las leyendas. Otra es que los indios salen, que hacen muchos servicios en el campo, a la gente

viernes, 19 de septiembre de 2008

JUAN BOSCH, INDIOS

El canto de la ciguapa

Con una voz fina y alegre, tan alegre como el trino del yaúbabayael, cantaba sus areitos Anaó, la taína de Jaguá.

"En tierras de Maguá -decía su canto -vive la ciguapa bella y olorosa, la ciguapa de cabellos negros y brillantes, la ciguapa que camina de nocHe y tiene los pies al revés".

"De noche sale -seguía el areíto-. De noche, cuando los cocuyos iluminan el bosque. Es bajita y se cubre con sus cabellos. Vive en los árboles, el jobo, en el guanábano bienoliente".

La voz fina y alegre de Anaó se oía todo el día. Cantaba si buscaba digo, si guayaba la yuca para hacer el cazabe, si buscaba cipey para alisar el piso del bohío... Siempre cantaba la taína Anaó.

Infinidad de veces se le iluminó el Jubobaba; años tras años el yaúbabayael sintió envidia de Anaó día tras día oyó Guasiba el areito de la ciguapa. Y ya fuerte, cuando iba por los bosques en caza de ciguas o al conuco para buscar el maisí y la yuca, o al río para traer el agua, Guasiba perdía horas ojeando los árboles tras el bulto de la ciguapa que de día dormía y de noche recorría los caminos.

Yocanitex, el viejo bouhiti, juraba haber visto una ciguapa por tierras arijunas.

"Nada -decía- tan blanco como su sonrisa, nada tan oloroso como su cuerpo, nada tan erguido como sus senos".

Y terminaba:

"Yúcahu Bagua Maócoroti, el bueno y grande rey de los dioses, dará en premio una tierra nueva e inmensa al que le dé hijos de una ciguapa".

Guasiba, hombre ya, oía y callaba. Se veía camino de Maguá: soñaba de noche con la ciguapa. Ninguna mujer parecía bella a los ojos de Guasiba.

Por aquellos días, cuando Nonun lloraba sobre la tierra, noche a noche, con lágrimas que traspasaban el bosque y se posaban en la hoja seca, se iba a conversar con las cibas menudas de la playa o con la raíz más crecida del mamey. Tanto anduvo solo, tanto pensó, que pareció cambiado. Muchos amaneceres le encontró Guey, la bien cortada cara entre las manos, los codos en las rodillas, la mirada entre las aguas fugitivas del Jaiguá.

Un día los pies de Guasiva empezaron a pisar otro polvo: hacia acá vino, hacia nuestra hermosa Maguá.

***
Macorix Guasiba: bien que se alegraron tus ojos y bien que se elaboró tu tristeza en estas tierras de Maguá.

Maguá es como una sabana grande hasta lo increíble, adornada con esbeltas canas y claros ríos, adornada con toda clase de árboles; Guey y Nonun se riegan por toda la tierra de Maguá sin tropezar lomas; crecen en ella el apazonte y el digo para perfumar al viajero. Nuestra tierra te dio guayabas, anonas, pitahayas, yabrumas. ¿Y de más cosas que te hubiera dado Maguá, de más nos hubiéramos sentido contentos, Corazón de Piedra!

Tu piel era más oscura que la mía; a pesar de estar como dormidos tus ojos anunciaban más fuerza y decisión: los músculos de tus piernas eran duros como la madera del capax. Ahora lo recuerdo, Guasiba, ahora.

Anoche Nonun estaba limpia y sola en el turey. Anoche se reunieron los hombres y los niños en el batey para que yo les contara tu historia, Macoríx.Guarina, la reina Guarina, con su collar de caona al cuello y la cabeza adornada con flores, vino también a oír tu historia. Ellos quieren que yo los lleve a Guaigüí, que levante la ciba grande que pesa sobre tu cuerpo. Tú debes haberlo oído desde Coaybay, en el país de Soraya.

Toda la tierra que nos dio Guaguayona conoce su historia, de Higüey a Jaragua, de Jubobaba a Bainoa, de Guaniba a Samaná.

En las noches oscuras, si llueve y los pequeños tienen miedo, la madre habla así al hijo:

“En Guaigüí está, bajo una gran piedra, el macoríx Guasiba. Vino de tierras lejanas, a través de todo el Maguá, en busca de la olorosa y bella ciguapa”.

Todo Maguá piensa en ti; todo Maguá te recuerda. Ya no hay río ni bosque que no haya oído de ti.

“La ciguapa camina de noche –cuenta la madre al hijo- y el macoríx bello y tranquilo caminaba de noche tras ella”.

Todo Maguá piensa en ti. Yo he puesto alas de Guaraguao a tu historia, Guasiba.

Oídme ahora: yo cuento así:

Guasiba llegó enfermo, con mucho fuego en la piel y los ojos hinchados, al pie de Guaigüí. Guaigüí está allí cerca, hacia donde Guey duerme todos los días. Allá llegó él, encendido, antes de que los cocuyos alumbraran. Yo puedo señalar el lugar donde él durmió esa noche, pero no me atrevo a ir porque estoy viejo y cansado. Fue sí al tronco de una cuaba, el más hermoso de todos los que coronan el Guaigüí. Del Guaigüí baja cantando el río de igual nombre. Allí, orilla del río, durmió Guasiba. Un amacey echaba hojas sobre las aguas y perfumaba el aire. Gusiba olía el amacey y sentía sueño.

Dos días y dos noches así estuvo, porque el calor del sol no le dio contento, sino cansancio.

Ha pasado ya buen tiempo. El gran Yúcahu Bagua Maócoroti me enseñó a hablar con los graciosos pájaros. Nadie aprendió antes de mí el lenguaje de las higuacas. Una higuaca fue la que me dijo la historia de macoríx Guasiba, la historia de sus dos últimos días.

Oídla: ella contó así:

Los ojos negros de la ciguapa más bella y más arisca de Maguá vieron, la segunda noche, la sombra del indio. Ella sabía tras qué andaba el macorix.

Estuvo largo y largo rato contemplándole. Después bajó del amacey, cariñosa y distinta. Al inclinarse sobre el cuerpo del enfermo un gigantesco cocoyo le iluminó el negro cabello. Apenas se alzó un punto de brillo en los ojos de Guasiba, la ciguapa arisca estaba tierna y admiraba la barbilla atrevida y los músculos duros, más duros que el capax, del macorix. Pero de los labios encendidos de Guasiba sólo una palabra salía: Anaó.

Mucha agua del río había pasado frente a ellos cuando la ciguapa vivió la verdad: frío como la ciba en la noche, frío hasta dar miedo se hizo el cuerpo del enfermo. Se habían cerrado sus ojos y los labios tenían color de maisí tierno.

Todo esto vio la ciguapa; todo esto vio y lloró.

Los guaraguaos comen carne y quizá vinieran en busca de la de Guasiba. Su opía podía, además, quedar vagando por los caminos tras los vivos, para asustarles de noche.

Con sus propias manos, pequeñas, oscuras y ágiles, cavó la ciguapa el hoyo, a orilla del Guaigüí. Guey al levantarse en la mañana, encontró cambiada de sitio la ciba grande, la más grande cerca del arroyo.

Aquel día sintieron las mujeres de Maguá, todas las que viven a lo largo de Guaigüí, después que éste cambia su nombre por Camú, que las aguas con que llenaban los canaris eran saladas. La higuaca me contó que les dieron ese sabor las lágrimas de la más bella y arista ciguapa que viviera en Maguá.

Macorix Guasiba: la tierra negra y voraz, la tierra húmeda y alta de Guaigüí se ha estado comiendo tu cuerpo recio, tus ojos tristes y bravos a la vez. Quizá Anaó tu madre te espera todavía en su bohío.

Yo digo tu historia en el batey, cuando Nonun alumbra.

Bello y silencioso, el amor te dio vida y muerte. Aún así como estoy, cansado y viejo, siento alegría y orgullo si te recuerdo. Estaba muy joven cuando atravesaste mi tierra, casi tan joven como tú. Pero guardo en la memoria tu cuerpo musculoso, tu paso elástico y tu pelo negro.

En el país de Soraya esta Coaybay; descansa en él.

Aquí donde moramos los hombres, tienes un canto eterno: el del río Guaigüí, que murmura tu nombre.

(Fragmento de INDIOS, 1935)
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miércoles, 17 de septiembre de 2008

El lamento de la ciguapa

De creer a aquella viejecita que se extinguía frente al cementerio, Realí era una ciguapa joven, linda, de color de bronce y ojos pardos y relucientes, que vivía huérfna con su hermano en las cuevas de Santa Ana.
Y cuando esto decía, Francisquita la macutera, señalabra a sus espaldas con dirección a las cuevas, y haciendo en cruz sus curtidos dedos pulgares, besábalos tres veces para conjurar la verdad de su referido, que de la manera como lo contaba, le ponía a uno los pelos de puntas.
Desde que murieron los padres de Realí, exclamaba la viejecita mirando para todos los rincones y acariciando el gato negro que siempre calentaba sus piernas flacas, aún cuando ella tegía la cana de sus macutos, la pobre Realí y su hermano pequeño vivían dando suspiros de dolor inconsolablemente. De su estirpe rara sólo quedaban ellos: híbridos seres mitológicos que no se atrevían ahora a salir de las cuevas, por temor de ser cazados como su padres, que fueron latigados y quemados vivos por herejes y fenómenos.
Pero de quedar en las cuevas, decía la hermosa Realí al hermano más pequeño, siempre estaremos obligados a comer raíces, lagartijas y murciélagos... Yo quiero algo de lo que enantes nos traían Ataca y Yuri... Quiero también coger flores y aves. De este modo resolvieron salir de su alcázar de estalactitas, aunque siempre juntos, inseparablemente cautelosos y discretos por temor a alguna traición de los hombres.
Así, siempre unidos distanciándose un tanto el uno del otro, cruzaron montes, conocieron otras cuevas lo bastante para reflexionar acerca del porvenir que les esperaba.
Realí debería apresar hombres y el hermano mujeres, y en busca de presas, muchas veces y de noche llegaron hasta el Baluarte 27 de Febrero, sin resultado alguno.
Pero un día de tarde baños de sol y de primavera, en el lago cercano a las cuevas de Santa Ana donde moran hicoteas y ranas, mientras Realí lavaba sus pies en la fresca linfa, oyó una detonación que le asustó sobremanera. Mas, instintiva Realí como un leopardo, y al reclamo del hermano, cantó agudamente un canto triste y hondo como gemido de montañas.
Pedro Quijano del Río Claro era un apuesto mancebo que andaa de caza y montería aquella tarde de baños de sol y de perfumes de primavera, sin mastín ni más compañero que su escopeta de dos cañones. Ya había conseguido matar varias avecillas, cuando fue atraído por un canto raro que el hizo pensar en alguna buena presa, y a campo traviesa se encaminó por entre guayabos y campeches, seducido cada vez más por el canto que se repetía quejosamente como de animal herido. Pero fue envuelto por la obscuridad del monte y de la noche, fue asido fuertemente por Realí y el hermano que tendidos estaban en el suelo. Pedro fue amarrado por bejucos y conducido a las cuevas. Realí sonreía por ser ella la primera en conseguir una presa, y el hermano indiferente, acariciaba la escopeta de Pedro que quiso gritar... aunque hubiera gritado en vano entre aquellos montes...
Por la noche y alumbrados por cocuyos las ciguapas dialogaban interesadamente en el patio de las cuevas circulares y amplias como galerías de monasterios. Ataró, que así se llamaba el muchacho ciguapa, supo seguido que el botín era para Realí, porque aunque nunca había visto un hombre, pensó que ninguna mujer saldría sola por los montes. Esto lo apenaba con tortura, y quiso inducir a la hermana a una venganza de sangre, riendo felinamente, como riera una pantera ante un cordero, dejandocomo ver sus dientes puntiagudos y acostumbrados a chupar hondo.
Pero Realí se opuso. El pacto debe ser formal y eterno, exclamaba, mirando hacia el lugar donde yacía Pedro, acostado sobre un lecho de hojas verdes cuya belleza le atraía, tanto, que sin poderlo remediar y antes de salir el sol que ellos adoraban, acercóse a él y le dio de berber agua limpia y fría en un medio higüero aseado y seco, diciéndole en acento dulce y conmovedor que Pedro no entendía:
-Bebe, es pura agua de aquel manantial -y señaló un oscuro rincón que daba paso a una madriguera.
Pedro lamentaba su estado; pero en vista de que no se le trataría mal por lo que acababa de ver, y en virtud de que él también era atraído por la sin igual belleza de aquel ser tan extraño y lindo, diferente a los indios que él tenía en su casa y que su padre había comprado, quiso seguir de buen grado la aventura.
Pero no podía entendese con Realí y esto fue su preocupación. Aprendió su nombre de tanto llamarla Ataró y con mímicas significóle sonreído que debía quitarle aquellas ataduras. Realí le hablaba musicalmente con monosílabos, haciendo rictus de amor con la boca. Pedro le encantaba aquello y reía... Y Realí, atendiendo a la súplica de Pedro, desatóle dandole un beso en la frente.
Pedro la besó en la boca...
Los días pasaron, y mientras los padres de Pedro creíanle muerto, éste, sagaz e inteligente, comenzaba a hablar monosilábicamente musical con sus nuevos compañeros a quienes les enseñó a hacer luz y a guisar las aves que ellos cazaban con las manos cuando dormían de noche, sin dejar de impacientarse por sus padres que morirían por su falta en la ciudad.
Mas, en esto, viendo Ataró que sufría amargamente al ver a su hermana feliz, sin haber podido él encontrar una compañera, se abandonó a la tristeza y un día amenció muerto.
Esto apenó a Realí, quien por tener a Pedro, que la quería, pronto se consoló, entregándose con él a la vida libre y a los amoríos.
Junto al lago y sentados en la grama, otra tarde baños de sol y de perfumes de primavera, Realí y Pedro recordaban cosas sencillas y dulces.
Realí inquiría los secretos de Pedro.
-¡Dime que me amas! ¡Dime que no me abandonarás! ¿Que me haría yo sola, ahora que murió Ataró que tanto me quería?
-No pensemos en cosas tristes -dijo Pedro, y le besó en sus ojos pardos, hermosos y relucientes.
Pero, observándola minuciosamente, tildó un defecto que echó en su pecho largas y gruesas raíces de desengaños.
Pedro no podía acostumbrarse a los pies de Realí: los tenía inverso a los nuestros y con ellos caminaba dando siempre el frente. Esto era odioso, pensaba Pedro, y se decía:
-¡Qué lástima! Sólo cuenta con ciento ochenta lunas. Su boca es pequela, sus formas son lindas... y observaba que ella vivía constantemente ocultando sus encantos entre los grandes madejones de su pelo negro que caían hasta el suelo. Pero sus pies... ¡Qué lástima!
Y miraba con abstracción el fondo del lago.
Desde entonces, el gallardo Pedro pensó retirarse. Aquella vida salvaje le cansaba. Realí le parecía repugnante. Y el deber de sus padres sobre todo, le llamaba a Santo Domingo de Guzmán, donde fue una noche que Realí dormía, arrastrándose primero como serpiente hasta salir de las cuevas y perdiéndose luego entre los montes intrincados que apenas alumbraba la luna en su cuarto creciente.
El arribo de Pedro fue sorprendente. Sus padres reían y lloraban de contento sin dejar de recriminarle la broma. "Nerón" corría de un lado a otro de la casa, y meneando el rabo nerviosamente, saltaba sobre las piernas de Pedro que contaba su aventura. El padre intersado por el asunto llamó al hijo a parte y le preguntó confidencialmente:
-Luego, tendrás tú un hijo ciguapa.
Pero doña María que algo oyó enternecida por la pobre Realí que moría de pena, propuso fueran en su busa.
Y así fue...
Al otro día de la idea de Pedro, Realí buscó por todas partes la presencia de su amante, desesperadamente. Lloró y cruzó bosques y registró escondrijos un día y otro, lanzando prolongados lamentos a todas horas del día y de la noche...
Un ave negra como un búho detuvo su vuelo cerca de Realí y le dijo:
Calla y huye... Tus padres y tu hermano te esperan en las lomas.
Y Realí, acariciando su vientre, huyó salvajemente dando un grito...
Cuando Pedro y su padre llegaron a las cuevas de Santa Ana, acompañados de dos esclavos y del perro "Nerón", ya era tarde.
Las huellas de unos pies denunciaban la presencia de alguien que bajó de los montes...
El perro ladraba tenazmente olfateando pisadas.
Quizás olvidaba Pedro que fueran de Realí al huir hacia las montañas, parecía que de éstas habían venido hacia las cuevas, y lloró en brazos de su padre por la crueldad que con Realí había cometido.
-¿Se habrá muerto?
La tarde declinaba. El perro seguía olfateando y ladrando. Y las tórtolas cantaron el lamento herido de Realí.
Y dicen, que las tórtolas, desde entonces, cantan como cantaron las ciguapas.

RICARDO SÁNCHEZ LUSTRINO
publicado Suplemento Cultural COLOQUIO
sábado 28 de octubre de 1986
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lunes, 15 de septiembre de 2008

La pasión de la ciguapa



Ahora bien, tengo que decir la verdad y la verdad es que me sentí emocionado, a mí la presencia de esa ciguapa, si bien no me había provocado un ardor tan visible, si lo había creado invisible; yo estaba abrasado por el mismo fuego y dentro de mi empezaron a luchar sentimientos y pensamientos. De un lado, una pasión volcánica y del otro, la comprensión de que Aurelia no era una mujer corriente, sino una ciguapa.

Pero, me sentía culpable y algo dentro de mí clamaba, algo que no era la piedad a secas.

Pedí permiso a Domitila para seguirla y cuando me lo concedió, me quité las sandalias y con todo y calzón me arrojé al río.

Fácil me fue seguir su rastro, los arbustos chamuscados lo señalaban y la encontré casi desmayada, mirando lejos, ausente del mundo, asesando, a la sombra de unos árboles.

El esfuerzo la había agotado, sin embargo, cerca de ella se sentía la emanación de un calor como de fiebre.

Aurelia, la bella ciguapa, lloraba.

No se había dado cuenta de que estaba tras ella y yo contemplaba extasiado la deformidad armoniosa de sus miembros, sus piernas sobrecortas, sus bellos pies volteados, su cabellera lacia y como estaba casi de perfil, miraba su rostro de mulata, su nariz respingada ligeramente, sus labios carnosos, su tez mate, tersa y fina y sus cejas arqueadas. Todo lo demás quedaba cubierto por la profusa cabellera.

Respirando angustias, deseos y amor, le dije:

Aurelia, Flor de Soledades, Ciguapa mía, culminación cálida de la belleza, estoy abrasado de fuego también por ti y la pasión me consume.

Entonces, sus mejillas se encendieron, la sonrisa asomó a sus labios y mirándome estremecida me dijo:

No te burles de mí. Ningún hombre debe burlarse de provocar ardores.

Salvaje y solitaria soy, pero hija de hombre soy, aunque me veas ciguapa.

Había pecado grandemente, porque al verte, hombre desconocido, algo reventó dentro de mí y me abrasó el alma.

Tengo vergüenza de haber experimentado esa pasión, y si huí fue para que no me vieses más.

Tenía la esperanza de que así sucediera, aunque sí así ocurría, yo hubiera muerto hoy mismo de tristeza, anhelando tu presencia. Por eso te lo ruego, no te burles de mí, que mi pasión es mortal.

Ya ves. Te he seguido. Domitila me lo ha concedido. Aurelia, soy Plinio Aldebarán, ese es mi nombre y; nunca he mentido en mi vida. Sólo sé decir la verdad, así me enseñaron desde niño. Soy hijo de Malotea y estoy sintiendo esa misma pasión mortal por ti. Ya no podría vivir sin verte a todas horas, sin saberte y sentirte mía. No me importa Flor de Soledades, que seas ciguapa, no amaré a nadie más, y si me lo pidieras, renunciaría a todo y me quedaría entre estos montes, viviendo como ustedes desnudo y libre.

Entonces, la vida volvió a su rostro, resplandecieron sus ojos: una mujer enamorada es la delicia más grata para el hombre que la ama. Me dijo:

No eres tú, sino yo, quien tiene que renunciar a todo. Renuncio a la virginidad, renuncio a la paz de las montañas, renuncio a mi libertad y me entrego a ti, Plinio, porque lo anhelo, porque si no, moriría de pesar; cuando una ciguapa se enamora está perdida irremisiblemente para siempre. En contra de todas las leyes, soy tuya, te me entrego, tómame Plinio.

Separó su cabellera, que cubría el núbil seno erecto, que tapaba el hondo ombligo, y el extasiante vientre y alargando los brazos velludos, me recibió en ellos y juntos penetramos en los tenebrosos caminos de la miel.

Mientras mi hermano disfrutaba como ha narrado, las carnes frutales de Aurelia, Domitila y las otras ciguapas se aprestaban a tomar las ofrendas; pero algo las detenía y frenaba en su avance. Las ciguapas se habían quedado paralizadas, en mitad del río, en la playa, en la barranca, y de pronto, sin que hubiese ni una nubecilla en el cielo claro, empezó a caer una llovizna y como si se les hubiese dado una señal a las ciguapas, empezaron a danzar una extraña y armoniosa danza sin música audible, tal vez al ritmo del susurro del viento o el piar de las ciguas palmeras que volaban en grandes bandadas y chillaban muy alto, o el ritmo del río, pero el caso es que todas danzaban en el lugar donde estaban y Domitila, pese a su edad y compostura, daba ágiles pasos y dirigía la coreografía.

Entonces observamos algo extraño, el río no fluía aguas abajo, sino que se mantenía sin correr, como si fuese un lago y luego, en medio del canto de las ciguas y las danzas, vimos formarse un arcoíris que venía naciendo del mismo lugar donde estaban Aurelia y Plinio, como si fuese un reflejo ardiente de ellos, y entonces, con esta señal prodigiosa, Domitila levantó los brazos y jupeó extasiada y todas cayeron al suelo o al río y se mantuvieron quietas, en silencio y hasta el piar de las ciguas cesó y quedaron machos y hembras esperando, esperando, hasta que se oyó retumbando entre las montañas un grito, un grito hermoso, casi un trino; era el grito de una mujer que entregaba su virginidad y se liberaba.

FRAGMENTO DE GOEÍZA, (novela ganadora del Premio Siboney). MANUEL MORA SERRANO.