lunes, 29 de septiembre de 2008

MANUEL MORA SERRANO en su 75 aniversario


75 años Manuel Mora Serrano

Luis Beiro - 9/6/2008

(En la foto: Alejandro Paulino, Edwin Disla, Manolito Mora Serrano y Miguel Holguín-Veras (q.e.d), mientras compartían después de la puesta en circulación del Diccionario del folklore y la cultura dominicana, en septiembre del 2005).

SU VALOR COMO ESCRITOR ESTÁ TANTO DENTRO COMO FUERA DE SU OBRA

(En Don Manuel Mora Serrano -Manolito-, se sintetiza una parte de la historia de la literatura de la República Dominicana. Por esa razón, Historiadoresdominicanos difunde complacido el trabajo que sobre Mora Serrano publicara el trabajador de la cultura Luis Beiro, en el Listín Diario. Alejandro Paulino Ramos).

SANTO DOMINGO.- Le gusta el vino oscuro y el wisky “claro”, como a Ernest Hemingway. Pero a diferencia del autor de “El viejo y el mar”, él bebe frente a sus amigos, haciendo cuentos de otredad e invocando la belleza a través del mejor exponente que existe: el rostro y el cuerpo de la mujer.

No anda en grupos, ni pertenece a peñas ni a cenáculos, pero es aplaudido y celebrado por todos los grupos y peñas. No tiene alma de marinero, pero le gusta recorrer (aún a sus 75 años) los campos y ciudades de la patria en busca de autores, personajes e historias, para luego trascenderlos en su palabra ejemplar.

Si alguien sabe en este país quién es quién, así como el valor que porta cada escritor del otro lado de su sombra, ese es Manuel Mora Serrano, un hombre poblado de sabiduría y humildad, quien por esta fecha arriba a sus 75 cumpleaños, luchando contra viento y marea para sacar a la luz pública a nuestros auténticos valores.

El personaje:

Su sentido del humor es amplio y contagioso. Extrae de su memoria las mejores ocurrencias y anécdotas como lo haría con su espada un diestro espadachín. No tiene preferencias para usarlo, tanto en los buenos como en los malos momentos. Compartir con él experiencias, aventuras y proezas culturales es un privilegio para los que buscan en los hombres el brillo incandescente de sus ojos.

Manuel Mora Serrano se ha dado a querer y a respetar en un medio tan controversial como el literario, gracias a su transparencia y a su firmeza de carácter. No posee la supuesta habilidad de caer simpático o de hacer “favores”, de manera gratuita. Mora Serrano trasciende porque jamás se ha involucrado en “chismes” ni en conspiraciones gratuitas, ni mucho menos, a “saldar cuentas” contra nadie. Por el contrario, a quienes le desean mal, sólo espera que la vida le de la oportunidad para hacerles un favor. Es, al decir de su gran amigo Arquímides Durán, ese majestuoso caballero que un día llegó de Pimentel, creyendo que el mundo era una fábula magnífica que podía ser vivida por todos y por todas con gran intensidad sin mirar las marcas y los tenues embates del amanecer cayendo como mole homicida sobre sus espaldas quemadas por el sol.

Y con su fe en el valor de la palabra y en el valor de la mirada de los hombres, se hizo abogado e impartió justicia en una buena parte de su amada región cibaeña, y donde también se había enrolado con gentes llenas de talento y de amor por las letras para fundar grupos culturales que todavía hoy son ejemplo de creatividad y crecimiento espiritual.

El escritor:

Padre ejemplar y amigo sincero, bajo la firma de Manuel Mora Serrano han aparecido algunas de las mejores páginas del siglo XX dominicano. Junto a la belleza estética de sus escritos sobresale también la profundidad de sus ideas y el instinto de rescatar la obra ajena, aquella que por diversas causas no pudo salir a la luz pública en su momento con toda su fuerza y su valor estético. Desde juventud escribió poesía, pero prefirió la narrativa, género donde ha dejado novelas y relatos que lo inmortalizan.

Mora Serrano dedicó 30 años de su vida a dejar constancia de su pensamiento literario en diversos periódicos y revistas nacionales. Su muy leída columna “Revelaciones”, un modelo muy difícil de superar, también recogía la crítica y la investigación como modelos a seguir.

Memorias:

Un hombre que a pesar de sus dimensiones literarias y humanas permanece en bajo perfil no puede dejar de ser motivo de interés para los que buscan una historia distinta en tiempos donde imperan la vanidad y el ansia insaciable de reconocimiento.

Manuel Mora Serrano es un “hombre de a pie”, pero mucho cuidado con mezclar letargo con juntura: cuando llega a cualquier sitio hay que “sacarle su comida” porque se vuelve el centro del mundo y no precisamente por el tono de su voz, sino por el aire de su historia. Alberto Peña Lebrón, y Cayo Claudio Espinal son, entre otros, algunos de sus buenos amigos de hoy de esos que guarda en un lugar muy especial de su afecto y a quienes acude en sus momentos de mayor urgencia vivencial.

Llegar a los 75 años con la frente en alto y la razón prendida de azahares es sólo dado a los que saben sostenerse, tanto en los bosques como en los mares.

Pero si también, el portador de esa efeméride cumple con una obra literaria nutrida de arpegios luminosos, el aplauso que merece es mucho mayor.

Mucho necesitan nuestras letras del retorno a los tiempos de la primera juventud de Manolo, cuando recorrer el país en busca de nuevos autores y aventuras era un sagrado instinto de creatividad.

Ojalá que nuestras nuevas generaciones comprendan la importancia del “turismo literario” de carácter interno y de la apertura de nuevos auditorios y espacios para la creación. Mucha falta que nos hace.

HISTORIA

Su vida:

Nació en Pimentel, el 5 de diciembre de 1933. Hijo de Manuel Mora Jiménez y María Ofelia Serrano. Cursó sus estudios primarios en su pueblo natal y los secundarios en Santiago de los Caballeros y en San Francisco de Macorís. Se graduó de abogado en la Universidad de Santo Domingo en 1956, profesión que ha ejercido durante muchos años. Entre 1958- 59 se desempeñó como Fiscalizador de los Juzgados de Paz de Pimentel, Mao y Villa Altagracia; en 1960 como Juez de Paz en Pimentel y en 1961-63 como Juez de Instrucción de San Pedro de Macorís.

Es miembro honorario del Ateneo de Moca, de la Sociedad Renovación de Puerto Plata y presidió la Sociedad Literaria Ad-miversa y el Club de Pimentel. Desde su columna Revelaciones, publicada en diferentes periódicos de Santo Domingo durante sus tres décadas de existencia, ha promovido a los principales protagonistas de la literatura nacional, especialmente a los escritores de provincias.

Sus investigaciones han ayudado al rescate de muchos autores y obras olvidadas por la historia y la crítica literaria local. En 1979 obtuvo el premio Siboney con la novela “Goeíza”, obra dedicada a rescatar a la Ciguapa, un personaje popular de la mitología dominicana.

viernes, 26 de septiembre de 2008

CIGUAPA DE ROSA TAVÁREZ


¿Qué me mira, cara de güira?
¿Qué me ve, cara de pez?
Soy ciguapa como Ud.
y los pies tengo al revés.
LNG
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domingo, 21 de septiembre de 2008

Ricardo Rivera Aybar

El Mito de la ciguapa
Tomado de la novela El reino de Mandinga, Premio Siboney 1985.

Y fue en la mañana y la tarde del día quinto cuando, decidido a pasar revista a todo lo creado, trepó escarpados cerros, vadeó caudalosos ríos, atravesó sierras impenetrables, aspiró la fragancia genital de la tierra desnuda y de los montes vírgenes de una región de aspavientos primigenios, donde el espectáculo de serpientes emplumadas, dinoaurios combatientes, procesión de moluscos trashumantes, hormigas supernumerarias y plantas fornicadoras fueron la fórmula perentoria y lacerante del apremio por la supervivencia, y he aquí que cohabitó Guaracocha con las hembras animales y vegetales consumidas de melancolía en las rutas de tentación de este universo temporal, pero como tales hembras no podrían darle descendencia, fue en la mañana del día sexto cuando se resolvió a decretar: "Hágase la hembra a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y señoree en las demás hembras de los cielos, las aguas y la tierra, y en suma sobre todo animal que se anda arrastrando sobre la faz de la tierra". Y Creó EL la mujer a su imagen, a imagen de Guaracocha, y como fue ella el engendro postrímero y cabal de una deidad marcada por un origen y un destino torcidos, torcido había de ser también algo de sí misma, por lo menos una parte del cuerpo de sí misma, de modo que quedó con los pies combados, y de tal forma resultó aquella hembra primogénita ser contrahecha, que aunque tuviera semejanza humana, poseyera rostro y miembros humanos, los pies de ella no eran rectos sino torcidos, por lo que cuando se movía no parecía que anduviera en derecho por tener los pies hacia atrás, y cuando andaba, siendo vista de frente, no parecía posible que se acercara, así como vista por detrás no parecía posible se alejase. Pasmado quedó EL de ver aquella criatura del absurdo, aquel ser inacabado de sus culpas, y sin embargo no paró mientes en avenirse con ella, intimarla, cortejarla y cohabitarla ininterrumpidamente hasta el día séptimo, en el que antes de retirarse a descansar llamó "Ciguapa" a su compañera, en cuya unión finalmente hubo de hincarla la tierra de varones y hembras de pies rectos y voluntades torcidas, que serían la simiente verdadera de la nueva raza de bronce llamada a poblar los reinos de su heredad.

Entonces tomó resolución Guaracocha, así quedó algo satisfecho de su obra, hacer su asiento en un gragmento de esta cosmografía quimérica que más tarde, millones de años más tarde, un poeta embriagado de nostalgia habría de colocar en el mismo trayecto del Sol y lo haría oriundo de la noche. De esta suerte llegó a occidente de hombres cándidos y simples que en el colmo de su ingenuidad, con el tiempo accederían a entregarle sus tierras, su oro, sus ganados y hasta sus mujeres al extranjero, a cambio de la insólita posesión del Sol y la Luna. Y así hubo de radicarse Guaracocha por los siglos de los siglos en este reducto atroz y blasfemo de diálogos con guacamayas y fornicaciones inverosímiles, deshaciendo y recomponiendo los capítulos inconclusos o defectuosos de su creación, que en definitiva reveló un orden desigual y un equilibrio singularmente disparatado, prueba de lo cual fue el caso de los infortunados perros, que por hallarse en un mundo tan reciente, en noches serenas y despejadas se pusieron a ladrarle a la luna, perturbando el sueño inviolable del amo de estos desparramados reinos, lo que motivó que un día, en un rapto de cólera, éste se resolviera a dejar a los individuos de esa noble casta sin voz condenándolos a deambular como seres extraños sin rumbo y sin destino por las inconsolables comarcas de la infamia, cual mudos testigos de los exabruptos de la entelequia y los actos de la profanidad a los que daría lugar la incontinencia del Ángel de las Tinieblas, quien auspició, como epílogo a su obra de apostasía, la degradación y la vida airada de sus súbditos, promoviendo la implantación de los lupanares del vicio, revelando ser ulteriormente un incomparable animador de la cumbiamba, la conga y el cumbé, así como sería en sus primeros tiempos el verdadero artífice de los carnavales pleistocénicos, donde se cuenta que entraba de incógnito, obsesaba a los hombres metiéndoseles en el cuerpo y bebía sin medida hasta los amaneceres sin resplandor de las macebías, ejerciendo su desmesurado carisma de amante infatigable, de macho prehistórico babeante de lava de averno, transpirando su hedor de azufre y agitando su rabo de perro alborozado sobre el resuello de un séquito de hembras estragadas por aquellas jornadas de amor inaudito que si no fuera porque las vivimos en carne propia no las creeríamos pues siempre oímos hablar de varones inconcebibles que hacían un amor de escarabajos de domingo a lunes, y no nos imaginamos que los había capaces de hacerlo también de domingo a domingo y lo decían en el mismísimo instante de su dulce agonía.

Cayo Claudio Espinal

La muerte de la ciguapa

Oyó el golpe seco de los ahorcados que caían en el piso de su alma, arañaban, pataleaban morados. Entonces un dolor de tonelada se le vino encima de pronto y sentía cómo se le asfixiaban una a una las cosas vividas en los años de su existencia. Pero luchó con puños secretos que tenía, con uñas se agarró a los minutos y se tapó la boca con trapos para no gritar hasta que su cuerpo se tumbó en el cansancio, en la inconsciencia del sueño.

Al recordar que las tristezas del mundo durante generaciones habían convertido en medio animales, en medio humanos a su familia, el cuerpo se le llenó de pavor y miedo tembloroso:

Recordó que su madre le decía que después de unos gritos horribles y estridentes, dentro de los mismos gritos llegaba, emergía un canto dulce, fluido y que era entonces cuando ellas podían convertirse en ciguapas o morían.

-No seguiré así, no moriré mañana. Dijo.

Todo comenzó cuando la vida se le hizo un nudo en la garganta.

Primero se llevaron a Pedro, lo metieron en la cárcel, jamás lo volvió a ver.

A su hijo El Moreno se lo trajeron de Vietnam, descalabrado. Todo muerto. A Boca de Perro le cortaron la lengua, sus adorables manos.

Su pobre Danilo quedó loco de tantos golpes que le dieron los guardias nacionales. A Sócrates se lo envenenaron.

Así fue como quedaron los hijos que tuvo aquella vez cuando ella andaba por el mundo.

Vivía en Pueblo Lorca, Municipio de la Provincia Duarte.

El sol amarillo del mundo cae aquí, los objetos parecen hechos de piel de girasoles.

El pueblo amarillo de Lorca fue mandado a construir por decreto. Sus habitantes se levantan temprano a acariciar las vacas que mugen de hambre; el gobernador tiene un sueño sensible y siempre se despierta rabioso.

Lo más interesante de este pueblo es la obligación de fornicar desde las nueve de la noche en adelante para que los hombres no piensen en tumbar gobiernos.

Y que se sepa en Pueblo Lorca a las mismas nueve de la noche comienzan los quejidos y los ríos de semen por las cunetas boyan donde los perros se los beben.

-No seguiré así, me moriré mañana. Dijo.

Como de costumbre, comenzó a recoger cucarachas de las que pasaban corriendo, les caía atrás y las exprimía. (Si las cucarachas cantaran como los grillos no hubiera derecho a matarlas; pero sólo pasean y comen y nunca levantan la voz). Pensó en los hombres. Fregó los platos. Mudó las sillas de guano a su sitio de costumbre. Cortó flores de su patio y las puso en un frasco color jarabe, ancho y lleno de agua. Luego comió: “a barriga llena corazón contento”.

-Si esta es la vida quiero morirme.

Por eso cuando sintió los ahorcados cayéndole en racimos, dejó que le sobreviniera un frío intensísimo que le erizaba los bellos y le paraba tanto los cabellos que parecían extendidos alambres negros.

Los ojos casi se le salían, empezó a gruñir convulsamente, a crisparse, los pies se le estaban torciendo con un sonido de palo quebrándose, ella gritaba, sudaba granos de lágrimas y el sopor la embargaba. El grito mayor fue cuando comenzaron a volteárseles las caderas, chirrió de espanto, la cara se le volvió una mueca, respiraba como resoplando con el estómago, extendió los pies como lo esterican los muertos, sintió cómo los gritos se les iban convirtiendo en una melancolía pesada y espesa, en una tristeza capaz de matarla y de la que salía un canto involuntario, un canto ajeno a sus fuerzas, un misterioso canto sostenido alto, melodioso, que dejó alargar como un hilo de música hasta que se le rompían las cuerdas vocales, hasta que se le estrellaban las arterias, el corazón arrítmico; roja la piel de la cara, morada por falta de respiración fue cayendo a la tierra hasta que sin dejar de cantar, sólo dio una revolcada de pollo y murió.

Se dice que el canto paralizó a los que lo escucharon y que éstos quedaron fuera de sí, atormentados, llenos de pesadillas, definitivamente inútiles para siempre.

Esa mañana fue encontrada derramando chorros de sangre por las narices, junto a los girasoles que ella criaba con sus orines en el triste Pueblo Lorca.

Todos sabían por qué morían las ciguapas, pero nadie dijo nada y los hombres siguieron ocupados, despertando, levantando quejidos a las nueve de la noche.

Publicado en Coloquio, sábado 28 de octubre de 1989
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EL AMOR DE LA CIGUAPA


Curtido en luchas intestinas, veterano guerrillero, Prudencio Meregildo se ha independizado con sus secuaces tomando posiciones en torno al fogón, donde manos expertas se mueven incansables manejando los cuchillos y los criollos aderezos. Sobre enorme brasero se cuece el fruto de la rapiña; un cuarto de res y un centenar de hermosos plátanos de la hoya del Camú. Mientras emanaciones apetitosas invaden el ambiente, con la promesa de una tardía pero abundante cena después de la cual, habrán de conceder a sus cuerpos algunas horas de merecido descanso. Recostados unos sobre las raíces de los árboles, tirados otros en el suelo y formando los restantes ruidosos grupos que se entregan con igual facilidad a la discusión que a la charla estrepitosa. 

Ha cesado como por encanto la algarabía, al levantarse esa voz pausada con la apasionante seducción de lo enigmático, de lo sobrenatural. Es a la hora del reposo, tras fatigosas jornadas de excitación y de peligro, en que las sombras y el silencio circundantes predisponen al retraimiento, a la superstición. 

Y mientras llega la hora de saciar el hambre: 

-Cuando en las grandes siembras de café empezaron a tumbar los montes, antes de talar, marcaban el terreno con unas trochas larga y por esos mismos callejones bajaban de noche las ciguapas a robarse la sal y la manteca. Pero aunque las sentían escarbando en las cocinas, nadie se levantaba, se contentaban con dejarlas hacer y deshacer y ni siquiera ladraban los perros, porque ellas los bajéan primero. Noches había, que no les permitían pegar los ojos y se las pasaban desvelaos en sus barbacoas, contando las horas hasta que a ellas les daba la gana de volverse al monte, y namá se les oía el canto: jup, jup, jup. Loma adentro, sembraban frijoles en los claros y así que cerraba la noche, venían de ni se sepa dónde y desenterraban los granos. Cosas que yo no sabía oí contar en esa reunión: no hay machos sino hembras, y cuando se enamoran, porque dicho sea de paso se encaprichan igualito que las mujers, no le pierden ni pie ni pisá a su hombre hasta que éste, despavorío, tiene que consentir. Echarles mano ya es cosa más difícil. Que se sepa, el único sistema conocío, asigún aseveró el mentao Tolentino Fermín, es chubarles un perro negro cinqueño y más adelante las encuentra usté añingotás soplándoles: ¡sió perro! ¡sió perro! muertas de miedo. Pero hay que seguirles la huella, no como al cristiano nacío de mujer bautizá, sino por la dirección de los calcañales, porque tienen los pies al revés y cuando corren, les suenan como chancletas. 

-¡Jum! -hizo uno, abriendo desmesuradamente los ojos- ¡Carijo! ¿Esas no serán cosas de Satanás? 

-¡Bah!-repuso en su misma cara el que le quedaba al lado-. Ese cuento es más viejo que el andar a pie. Siempre son referencias de otros; que Celesto la oyó, que Presbisterio la sintió, que a mi comadre Olaya le dio un susto... pero todavía no encuentro la persona que me diga claramente: ¡yo la vide con estos ojos; tenía una mata de cabello que le arrastraba por el suelo y corría con los pies al revés! ¿Digo o no digo la verdá, amigo Severo? De los presentes, el que tenga un testimonio de esta clase, que lo haga valer aquí y nos dejará convencidos pa réquiem.

 

-Eso de que las hayan visto es bacalao de otro barril. Lo que opina Benito es la pura realidá: que me aseguraron, que yo oí cantar, que me dijo mi compadre Anacleto ¡pero nadie la vio con sus propios ojos, ni le puso la mano encima! Y mientras tanto quedamos en la misma, creyendo en una cosa, poique yo no niego que también creo, de la que nadie puede decir ¡este pelo es de ella, yo mismo se lo arranqué! 

-Fue en La Vega -terció otro- donde sucedió lo que les voy a contar. Pero la verdá sea dicha, tampoco voy a jurar que las he visto. Cierto día, un hombre salió a cazar camino de Jarabacoa, donde andaba el puerco cimarrón jugando al garrote por entre esos pinares. Después de medio día caminando monte adentro, el perro que lo acompañaba rompió a ladrarle a un tocón lleno de flecos. Receloso, poique no cataba pájaro ni animal, se acercó y vio que no eran tales flecos ni bejucos como había creído primero sino cabellos. Y de lejos, comenzó a lavantarlos con el cañón de la escopeta ¡Y aquí fue donde retorció la puerca el rabo! ¡Oigan eso! Se encontró con un par de ojos como de gente que lo miraba. Los de una ciguapa, mansita como una gallina y se la llevó al pueblo. Pero taba de parto y los pechos le diban estilando la leche. Cuando el hombre del cuento se aburrió de ganar dinero con la pájara ésa, llegó hasta a pasearla por las calles, pero el cura, lo obligó a devolverla al mesmo sitio del mote que la había capturao, poique se manijaba llorando su cría, la pobre. Esa no llegaría a una vara de alto, asigún me contó el viejo Tomás, que es hombre serio y no dice una cosa por otra. Él era todavía un muchacho en esa época y pudo verla con sus propios ojos. 

-Historias, historias... ¿A qué se debe entonces, que en mi camino se se hayan cruzao junca, con tanta montaña solitaria como he rejendío yo a toas horas del día y de la noche? 

-Es que a to el mundo no se le aparecen, amigo Carpin, hay que tener la sangre dulce pa ellas, lo mismo que pa las pulgas. 

Prudencio Meregildo, que se disponía a encender un grueso cigarro, tiró el fósforo lejos de sí y lanzó una risotada. 

-¡Anjá! -dijo burlón-, ¿Cómo el que siembra cocos sentao en el suelo, para que la mata se dé bajita? 

Pero no faltó quien, interrumpiendo la carcajada general, formulara muy en serio la siguiente observación: 

-Que no se figure nadie, que esas son cosas de ahora. Mi abuelo juraba haber visto las ciguapas, y los indios también, que éstos últimos viven en cuevas, abajo el agua. Y cuando el río suena, por algo será. Si quieren, y no me estorban con sus jaranas, yo puedo contar algo por el estilo. 

-¡Cuéntalo! ¡Cuéntalo.

 

ESCRITO Por ALFREDO FERNÁNDEZ SIMÓ

Publicado en Coloquio, sábado 28 de octubre de 1989

¿Quién era Parlero?

De ciguapas cotidianas

Por Parlero

En estos tiempos que corren aerodinámicamente, y en que imperan la radio, el aeroplano, los helados en palito, la sulfanilamida y los tingo-talangos, sin contar con las maravillas aún no soñadas que habrá de traernos, en su apiñada maleta, la señora Post-Guerra, cuando hayamos ganado la Victoria, son muy pocos los pueblistas de volátil guayabera y de sandunguero caminar, que han oído, directamente de verídicos labios campesinos, las apasionantes historias de las ciguapas. Y tal vez, y hasta sin tal vez, puede que haya muchos que ni siquiera sepan, ni remotamente, lo que es una ciguapa.

Yo, la verdad, no tengo el honor de conocer personalmente a las ciguapas, pero, según las historias que corren, las ciguapas son a las montañas, lo que las ninfas a los ríos y las sirenas a los mares. Desde luego, que las ciguapas son mucho menos poéticas, según nos las describen las viejas leyendas. Una ciguapa es un ser que media entre el animal irracional y el hombre, pudiéndose asegurar que no es ni la una ni la otra cosa, propiamente dicho. Para dar una mejor definición de lo que es una ciguapa, según las noticias que tengo, diré que es una gente que parece animal y un animal que parece gente (en esto, muchas gentes que visten y calzan y que pululan por nuestras calles, no se diferencian mucho de la ciguapa, ¿verdad?). Tienen ellas, y esta es una de sus principales características, los pies volteados hacia atrás, con el calcañal delante; el cuerpo lo tienen cubierto de vellos gruesos y sus cabellos tan largos y abundantes que, como un manto, la protegen de las inclemencias de la intemperie. No hablan, pero sus emociones las expresan por medio de unos "jupidos" que les son característicos y que aún hoy, pueden oírse en el interior de nuestras montañas.

El entusiasmo que ha despertado en esta ciudad el concurso de alpinismo que patrocina la acrecitada casa comercial de los señores Manuel de Jesús Tavares Sucesores y el premio que ofrece para el primer grupo de excursionistas que en el año del centenario de la República logre subir primero al Pico Trujillo, ha puesto en nuestros corrillos las cuestiones de las montañas como cosa de palpitante actualidad, no siendo pocos las "brujas" que en sueños ven barajarse, mágicamente, los escarpados picos de las montañas con la montaña de papeles que supone el jugoso premio ofrecido. Así, pues, es de actualidad también como cosa de la montaña, la siguiente historia que un Don amigo mío, cuya testa hace pensar en la desolada cumbre de La Rucilla, relató en un corrillo una de estas noches últimas, y la cual historia, advirtió, no era un cuento hijo de la imaginación, sino algo real que había acontecido.

A PRINCIPIOS DE ESTE SIGLO, comenzó diciendo el Don mi amigo -conocí en San José de las Matas a Siñó Simón Peralta, quien entonces cifraba en los ochentas años largos. Era Siñó Simón un viejo pequeñito, rechonchito, muy velludo, juguetón (casi un primo octavo de las ciguapas). Él había nacido y se había criado en la Cañada del Caimito, paraje próximo a Las matas, y que debe haber sido un edén cuando Siñó Simón era un niño; se trata de un vallecito fértil, surcado por arroyuelos de aguas cantarinas y claras, circuido de altas colinas por un lado y pinares y pomares orejanos en todas direcciones. El hecho ocurrió cuando Siñó Simón era un niñito en faldetas (entonces, decía él, le llamaban Simoncito, y a la verdad que le quedaba bastante mono el diminutivo)... El "fundo" de los Peralta estaba en un altico, al otro lado de la cañada; en el fondo del patio había un cultivo de café, en el extremo del conuco de la familia. Este lugar era sitio predilecto de las ciguapas, pues abundaban en él las matas de ciruelas que era su fruta favorita y el cafetal de los Peralta el punto preferido para su entretención. De los propios labios de Siñó Simón oí lo siguiente: “Una ciguapita muy retozona y más atrevida que las otras que acostumbraban frecuentar el conuco, nos llegó a ser familiar, pues muy a menudo la veìamos de día en lo alto del cafetal; desde allí nos “jupiaba” a los muchachos, y nosotros habíamos aprendido a “jupiar” como ella. Así se cultivó nuestra confianza y nos hicimos amigos, al extremo de que un día logramos llevarla a casa. Taita estaba en una montería, y Mamita se asustó tanto al ver a la ciguapita en el patio con nosotros, que quiso echarla, pero al mirar la cara triste que tanto ella como nosotros pusimos, volvióse a la cocina y nos dejó jugando con ella. Esa ciguapita era lo más alegre y retozona que yo había visto; daba saltos, se retorcía, ensayaba quejidos de gozo y abrazándonos a los varoncitos, se revolcaba por el suelo con nosotros, como cosa que le era de mucho gusto. Cuando Taita volvió de la montería nos riñó por haber tenido a la ciguapita en casa, pero a ruegos de todos desistió de echarla, y, al fin, a él también le cayó en gracia y la dejó que permaneciera en casa. Desde entonces la ciguapita se quedó con nosotros. Todos los días iba al monte por un rato, pero siempre volvía y de noche se iba a dormir al cafetal.

En esa época era cura de San José de las Matas, -siguió diciendo Siñó Simón-, el Padre Espinosa, y Taita y él eran muy amigos y compadres. El Padre supo lo de la ciguapita, y le escribió una cartita a Taita en la que más o menos le decía: “Compadre: he sabido que Ud. tiene una “cosa” en su casa que puede traerle un gran trastorno en la familia. Yo le aconsejo que salga de eso inmediatamente. Si es gente, cosa que puede ser, Ud. debe traerla a bautizar. Venga a verme tan pronto como Ud. pueda”. Al día siguiente Taita fue al pueblo, vio al Padre y parece que hablaron mjy seriamente, pues Taita regresó al anochecer con la cara triste. El Padre le había hecho jurar que sacaría la “cosa” de la casa. Hasta Mamita lloró al saber lo que había jurado Taita, pues ya le teníamos mucho cariño a la ciguapita.

“Me acuerdo como si fuera hoy y todavía me entristece. Taita cortó una vara de romerillo, cogió a la ciguapita por un grazo, se la llevó al sitio más alto de la colina próxima, y a foetazos la echó por la desguindada del otro lado. Nadie habló esa noche en mi casa: ¡tan tristes estábamos todos!

Por varios días no volvimos a ver a la ciguapita, pero a pocas semanas volvió al cafetal y comenzó a jupiarnos. Así siguió haciéndolo todos los días, acercándose cada vez más a la casa. Taita no sabía qué hacer. Un día fue al pueblo, trajo una escopeta, y cuando la ciguapita se acercó a la casa, la cogió por los cabellos, se la llevó al sitio más alto y allí le largó un tiro para espantarla. Desde entonces no volvimos a ver a esa ciguapita que tanto nos había encariñado; pero las otras compañeras, que eran hurañas como son todas ellas, siguieron por mucho tiempo volviendo a nuestro conuco. El tiempo y la ciencia que ya se iba adentrando en nuestro sitio, hicieron más tarde que ya no volviéramos a ver más ciguapas”.

“Así terminó su extraño relato el viejo Siñó Simón –nos dijo Don amigo mío-, relato que nos llevó a épocas remotas y lejanas en que la ingenuidad y la pureza de alma eran flor que brotaba espontánea y lozana en todos los eriales, y en que la leyenda embriagaba el ambiente, con incienso…

Un listo adinerado, que estaba escuchando el relato, al terminar el Don amigo, aseguró estar dispuesto a dar una recompensa de $500.00 y hasta más, por una ciguapa viva que no estuviera mordida por los perros y que, si posible, fuera tan “descalentadita” como la ciguapita amiga de Siñó Simón.

Bonita oportunidad tienen, pues, los grupos de excursionistas que se preparan para ascender al Pico Trujillo, pues podrían hacer, como se dice corrientemente, en una vía dos mandados, si logran atrapar una ciguapa y traérsela al señor adinerado que ofrece quinientos pesos por ella!...

NOTA BENE. Luego he sabido que para coger una ciguapa hay que cazarla de noche, en un viernes de cambio de luna y con un perro negro que tenga blanco el hocico, la punta del rabo, las cuatro patas y el lomo del espinazo. VALE.

Publicado en La Información, de Santiago, R. D. 1943
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sábado, 20 de septiembre de 2008

CONFECIONES DE UN LITERATO


mujer en la cama pensando

Acaso no sea verdad que se nazca literato. Acaso sea verdad que llegamos a amar a los libros influidos por algo o alguien. De saber uno el dolor y la envidia, la amargura y las grandes frustraciones que viviría dedicándose a una actividad que no produce dinero en estas islas del trópico y donde hay tanta cizaña provincial, tanto odio parroquial y tanta mezquindad, uno debería elegir la burguesía rampante, el vivir bien y hablar únicamente del último modelo de automóvil o de las delicias en el último Resort.

Porque si uno es sincero consigo mismo y habita la tierra real y no la que los hombres han llenado de urgencias deslumbrantes, se da cuenta de que el mejor vehículo de todos NO lo inventó el hombre. Es un invento que viene incorporado a cada persona: son los pies y caminando se conserva la vida, algo que no se vende en los supermercados, negocios sofisticados ni boutiques; y la felicidad no está en las alegres playas con más desnudos que arena, sino en esa serenidad del amor más simple... y nos damos cuenta de que el dinero no produce más que un hermoso aburrimiento el cual seguimos envidiando de estúpidos...

Pero el hombre es insincero y cree que es hermoso todo lo que no tiene y sufre porque anhela siempre lo que no puede tener. Porque usted puede ser Onassis, pero no puede tener a Sócrates mirando el busto de Homero en su pinacoteca porque está en aquella galería y eso lo hace infeliz. Y usted puede ser García Márquez y haber escrito Cien años de soledad, pero se desgarra porque realmente lo que usted hubiera querido escribir era esa novelita mejicana: Pedro Páramo.

Entonces, si el hombre desea ser hombre, habitar la tierra real, debe dejar de ansiar. Eso lo saben los orientales tibetanos hace miles de años, que ser feliz es no desear, no actuar, no querer, porque cuando usted o yo hemos sido felices hemos estado en el corazón virgen del aburrimiento más hermoso, nos hemos preguntado: ¿Y esto es la felicidad?

La persona más tramposa es el artista. Sabe que todo lo que hace no tiene sentido ni le importa al universo. Pero se mantiene haciendo esas cosas inútiles. Útil es la naturaleza cuando hace la zanahoria dorada bajo tierra o al tomate sonrosado sobre ella y luego aquello alimenta criaturas y les da vigor y fuerza. Útil es el panadero que amasa con sudor y harina la saliva del hombre. Pero el escritor no es más que un impostor y lo sabe y vive pavoneándose de ese impudor. No somos más que unos araneros conscientes, hacer literatura es un acto masoquista como todos los actos humanos.

Me canso de decirle a algunos escritores vanidosos, pagados de sus obras, que sólo hablan de sí mismos, que son farsantes; sobre todo los poetas, porque la poesía no es ciencia ni es cosa alguna que se debe realmente al esfuerzo elal del hombre; se es poeta y no se sabe por qué. Todo en la poesía es surrealismo auténtico, pero surrealismo inconstante como todo lo auténtico surrealista. Lo que descubrieron Bretón y sus gentes lo sabía muy bien Rimbaud y lo sabía aquel muchachito infame porque no lo sabía y en eso consiste la ciencia de la poesía. Todavía la definición de Lorca gana atención real.

Hablar de uno, de su infancia, de su pubertad llena de sueños pavosos, de su madurez lograda a base de saber que nunca se llega a conocer, que no se es nadie, es un acto de presunción.

Tal vez esté presumiendo en estas confesiones, pero en verdad siento asco de todos nosotros. Lo único que no me asquea y me sigue maravillando es que ese saco de escrementos y desperdicios que es el hombre pueda hacer algo tan transparente y tan impúdico como la poesía.

Tal vez, sencillamente, me estoy poniendo viejo.

Santo Domingo, 1º de octubre de 1989
Manuel Mora Serrano

MANUEL MORA SERRANO


http://pattyblanco.blogspot.com/ mujer redonda


COLOQUIO EN COLOQUIO

Coloquio con Manuel Mora Serrano.
Bruno Rosario Candelier y Rafael García Romero.


sábado 28 de octubre de 1989

BRC. Vamos a hablar sobre la ciguapa. He notado que la imagen de la ciguapa te persigue. Y también veo que te da satisfacción remedar sus hipidos... ¿de dónde vienen las ciguapas?

MMS. Es extraño el caso de la ciguapa. En el campo donde yo pasé mi infancia era un campo llano y en consecuencia, el mito de la ciguapa no estaba vivo. El mito de la ciguapa vive en las montañas. Ella es un ser de montaña. Por eso la alcanzo tarde, a través de la lectura de una novela inédita de Nolasco. Sí, la novela inédita de Nolasco entonces se llamaba "La Colorada". Creo que ahora la reestructuró y tiene otro nombre. Yo no me hubiera preocupado de la ciguapa si Frank Moya Pons, cuando estaba en la Universidad Católica Madre y Maestra, no me hace la propuesta de dar una charla con un tema dominicano. Entonces le dije que lo pensaría y luego empecé a desarrollar mentalmente la posibilidad de escribir sobre la ciguapa. Luego, comencé con Freddy Gatón Arce a investigar sobre la ciguapa. De esa forma anduvimos el país entero. A partir de este hecho, desde 1972, de mis investigaciones y mi constatación del mito en nuestra geografía, mi pasión por la ciguapa se fue convirtiendo casi en una obsesión. Primero porque encontré mucha gente que CREÍA en ella. Gente con fe absoluta en que la ciguapa existía. Si yo no hubiese encontrado a esas personas; y no hubiese constatado que el mito era y es nacional, ya que existe en todas las regiones del país (no hay ninguno de los otros mitos que sean tan recurrente al de las Indias de los Charcos, -que yo siempre he dicho que es el más hermoso de todos los mitos dominicanos, inspirador de Orlando Morel para "La Señora del Agua"; y que aparece en los novelistas haitianos (los escritores haitianos, muy consecuentes con su folklore, con lo que el pueblo haitiano cree, además de ser excelentes escritores, como es el aso de Jacques Romain)...

BRC. ¿Y de dónde te vino esa relación con los clásicos griegos? Porque en Goeíza se aprecia una huella de los clásicos griegos mezclada o ensamblada a nuestra realidad.

MMS. Lamentablemente tuve que recurrir a los clásicos griegos. Lamentablemente porque debí haber escrito una novela más moderna. Pero resulta que yo había concursado en el Siboney el año anterior con otra novela que perdió, y donde parte de los sucesos, que luego se contarían en Goeíza, aparecerían. Utillicé el método de disfrazar esta novela, traté de que pareciera de otro autor, cambié los nombres de los personajes... y además, porque quise escribir una novela dialogada totalmente. Fue una sugerencia que me hizo un amigo que al leer los primeros capítulos me dijo: "Pero tú deberías hacerla toda a través de diálogos". La novela dialogada es una novela muy antigua. Esto es, hay tradiciones de éso. Yo traté de hacerla como si cada personaje fuera un narrador en sí mismo. como no había una tradición que yo tuviera a mi alcance, de un diálogo tan largo, porque generalmente los diálogos son muy breves, recurrí a los que mejor han escrito en el mundo, que son los clásicos griegos, quienes han escrito sobre todo diálogos. La mayoría de sus obras son tragedias, y son dialogadas. Pero me impregné tanto de la forma de los clásicos, de Eurípides, que es mi autor favorito entre los tres grandes clásicos griegos. Además de que, si ustedes recuerdan, hubo una época en el país en que se leía mucha filosofía. Y los diálogos de Platón era una lectura obligada de mi generación. Cuando yo era joven, estábamos obligados a leer a Platón. Y leíamos mucha filosofía, porque los libros de filosofía eran muy baratos. Venían en las ediciones de Torna, Austral, a veinticinco centavos, a cincuenta centavos... Leíamos a Pascal, leíamos, leíamos todo lo que fuera filosofía, sobre todo a Aritóteles y a Platón. Es una cosa muy curiosa que las siguientes generaciones dejaran de leer tanta filosofía. Incluso había un grupo en Santo Domingo que se llamaba "Sociedad Amantes de la Filosofía", orientado por Pablo Casimiro, papá del poeta Tomás Castro, y con él había un muchacho: Sandoval, que murió no hace mucho, y se reunían para estos fines. Nolasco participó en esos encuentros. Recuerdo aquella primera vez que Nolasco me dijo: "Voy a hablar de filosofía hoy", siendo marino, de la Marina de Guerra. Para mí fue una cosa extraordinaria encontrarme con un grupo que estaba hablando de filosofía. ¿Y qué es la filosofía? Yo leía filosofía, pero no sabía que eso era la filosofía. Me imaginaba que la filosofía era otra cosa. Entonces, Antonio Fernández Spencer, quien también aportó mucho, acababa de llegar de España. Franklin Mieses Burgos, hacía reuniones en el Instituto Cultural Hispánica, que entonces estaba en el Edificio Ocaña, en la Luperón con Meriño. Y ahí nos reuníamos. Yo venía del Cibao a las reuniones del Círculo.

Naturalmente, que cuando supe que la filosofía no era más que especular sobre la verdad, sobre la materia y sobre cualquier otra cosa; o sea, que era hacer especulaciones, entonces me encontré que eso era muy fácil. Hacer filosofía era muy fácil para mí. Y todos éramos medio filósofos. Vivíamos discutiendo sobre filosofía, y en una mesa de tragos, en lugar de estar hablando de otras cosas, lo que discutíamos era de filosofía. Sobre todo, las ideas de Aristóteles, las ideas de Platón. Y a eso contribuyó el que existiera esa Sociedad y el que estuviera Antonio Fernández Spencer, quien venía con las ideas de Ortega y Gasset. En ese tiempo, todos éramos orteguistas.

RGR. ¿Qué significó para Manuel Mora Serrano escribir Goeíza? ¿Fue un libro que nació bajo los rigores de un programa de trabajo sistemático? ¿O fue un libro que se fue haciendo espaciadamente?

MMS. Parte de la novela ya aparecía en una novela anterior. Es una larga novela de 150 o 500 páginas. De ahí yo voy a sacar material para otras novelas. Y los personajes tenían nombres comunes, por ejemplo: Marrero. En aquella novela aparecían los nombres que utilicé para llamar a mis ciguapas. Igualmente, representaba a todos los brujos de Samaná.

BRC. ¿Corresponden a nombres reales los de tus personajes, aún los nombres de las ciguapas?

MMS. No. Las ciguapas, que yo sepa, nunca han tenido nombres. Por cierto, a mí me dio mucho trabajo buscarle un nombre a mi ciguapita enamorada. Yo quería un nombre que fuera ardiente, que fuera apasionado... Entonces recurrí a "Aurelia", que me creó un problema con una señora de mi pueblo que se llama Aurelia, pues me dijo: "Yo dizque estoy en una novela tuya". Era una señora que una vez tuvo una pasión muy encendida con Tiberio Castellanos.

En cuanto a lo de la metodología o no metodología de Goeíza, yo reciclé una temática anterior. Estaba llena de folklore. En ella se entremezclaban los brujos de Samaná. Mencionaba a Yota, y a una que todavía aparece en la novela, porque era una de esas brujas poco conocidas: Ramona La Cabellera. Realmente, aquella novela era el producto de toda mi investigación folklórica del país. Lo más interesante es que fueron los invidentes y los caminantes quienes me dieron la clave para la novela.

BRC. ¿De qué manera?

MMS. Nosotros encontrábamos a un ciego, por ejemplo, y yo le preguntaba: "¿Cuánto usted se gana en un día pidiendo limosna?" Y el me decía: "Cinco pesos". Y le decía entonces: "Pues siéntese ahí que yo se los voy a dar". Lo sentábamos en una mesa, a veces bebían tragos, o comían de lo que había; entonces comenzábamos a hacerle preguntas y el ciego a contarnos historias. Un ciego, en Cabrera, me hizo la historia de las Indias de los Charcos que aparece en Goeíza. Y aquéllo de que hay gente que vive 7 años abajo de un palacio, un palacio encantado que hay bajo el agua, me la hizo también ese señor. Los Dun-dunes, que aparecen en la obra folklórica de Mélida Delgado, que le llama Tun-tunes, son una tradición muy antigua de Cabrera, y de las zonas aledañas de Cabrera.

Claro, yo entonces me invento que se trata de un sapito, pero en sí, la tradición del Dun-dun, se trata de un duende TRAVIESO, que hace una serie de cosas extrañas. Casi en todos los pueblos hay tradición de Dun-dun y no necesariamente les llaman así. El Dun-dun es una especie de espíritu que se apodera de una casa y nadie puede vivir ahí tranquilo, la gente termina mudándose de casa.

BRC. Entonces, las Indias de los Charcos no son ciguapas.

MMS. No. Las Indias de los Charcos son un mito completamente diferente al de las ciguapas.

BRC. ¿Cuál es su origen?

MMS. Siempre he dicho que se trata de un remanente del amor de nuestro pueblo por los indios. El dominicano ama a sus antepasados indígenas. A nivel popular, los veneran y los respetan como si fueran santos. Si son hombres, los indios son buenos y curan a las personas. Y sin son mujeres, son bellísimas y muy ricas. Uno de los detalles que se pueden resaltar, es que quien lograr vivir con una india y se pasa los siete años en el palacio que está debajo del agua, puede salir de ahí con dinero, con su mujer y sus hijos para hacer una vida normal. Esa es una de las leyendas. Otra es que los indios salen, que hacen muchos servicios en el campo, a la gente

viernes, 19 de septiembre de 2008

JUAN BOSCH, INDIOS

El canto de la ciguapa

Con una voz fina y alegre, tan alegre como el trino del yaúbabayael, cantaba sus areitos Anaó, la taína de Jaguá.

"En tierras de Maguá -decía su canto -vive la ciguapa bella y olorosa, la ciguapa de cabellos negros y brillantes, la ciguapa que camina de nocHe y tiene los pies al revés".

"De noche sale -seguía el areíto-. De noche, cuando los cocuyos iluminan el bosque. Es bajita y se cubre con sus cabellos. Vive en los árboles, el jobo, en el guanábano bienoliente".

La voz fina y alegre de Anaó se oía todo el día. Cantaba si buscaba digo, si guayaba la yuca para hacer el cazabe, si buscaba cipey para alisar el piso del bohío... Siempre cantaba la taína Anaó.

Infinidad de veces se le iluminó el Jubobaba; años tras años el yaúbabayael sintió envidia de Anaó día tras día oyó Guasiba el areito de la ciguapa. Y ya fuerte, cuando iba por los bosques en caza de ciguas o al conuco para buscar el maisí y la yuca, o al río para traer el agua, Guasiba perdía horas ojeando los árboles tras el bulto de la ciguapa que de día dormía y de noche recorría los caminos.

Yocanitex, el viejo bouhiti, juraba haber visto una ciguapa por tierras arijunas.

"Nada -decía- tan blanco como su sonrisa, nada tan oloroso como su cuerpo, nada tan erguido como sus senos".

Y terminaba:

"Yúcahu Bagua Maócoroti, el bueno y grande rey de los dioses, dará en premio una tierra nueva e inmensa al que le dé hijos de una ciguapa".

Guasiba, hombre ya, oía y callaba. Se veía camino de Maguá: soñaba de noche con la ciguapa. Ninguna mujer parecía bella a los ojos de Guasiba.

Por aquellos días, cuando Nonun lloraba sobre la tierra, noche a noche, con lágrimas que traspasaban el bosque y se posaban en la hoja seca, se iba a conversar con las cibas menudas de la playa o con la raíz más crecida del mamey. Tanto anduvo solo, tanto pensó, que pareció cambiado. Muchos amaneceres le encontró Guey, la bien cortada cara entre las manos, los codos en las rodillas, la mirada entre las aguas fugitivas del Jaiguá.

Un día los pies de Guasiva empezaron a pisar otro polvo: hacia acá vino, hacia nuestra hermosa Maguá.

***
Macorix Guasiba: bien que se alegraron tus ojos y bien que se elaboró tu tristeza en estas tierras de Maguá.

Maguá es como una sabana grande hasta lo increíble, adornada con esbeltas canas y claros ríos, adornada con toda clase de árboles; Guey y Nonun se riegan por toda la tierra de Maguá sin tropezar lomas; crecen en ella el apazonte y el digo para perfumar al viajero. Nuestra tierra te dio guayabas, anonas, pitahayas, yabrumas. ¿Y de más cosas que te hubiera dado Maguá, de más nos hubiéramos sentido contentos, Corazón de Piedra!

Tu piel era más oscura que la mía; a pesar de estar como dormidos tus ojos anunciaban más fuerza y decisión: los músculos de tus piernas eran duros como la madera del capax. Ahora lo recuerdo, Guasiba, ahora.

Anoche Nonun estaba limpia y sola en el turey. Anoche se reunieron los hombres y los niños en el batey para que yo les contara tu historia, Macoríx.Guarina, la reina Guarina, con su collar de caona al cuello y la cabeza adornada con flores, vino también a oír tu historia. Ellos quieren que yo los lleve a Guaigüí, que levante la ciba grande que pesa sobre tu cuerpo. Tú debes haberlo oído desde Coaybay, en el país de Soraya.

Toda la tierra que nos dio Guaguayona conoce su historia, de Higüey a Jaragua, de Jubobaba a Bainoa, de Guaniba a Samaná.

En las noches oscuras, si llueve y los pequeños tienen miedo, la madre habla así al hijo:

“En Guaigüí está, bajo una gran piedra, el macoríx Guasiba. Vino de tierras lejanas, a través de todo el Maguá, en busca de la olorosa y bella ciguapa”.

Todo Maguá piensa en ti; todo Maguá te recuerda. Ya no hay río ni bosque que no haya oído de ti.

“La ciguapa camina de noche –cuenta la madre al hijo- y el macoríx bello y tranquilo caminaba de noche tras ella”.

Todo Maguá piensa en ti. Yo he puesto alas de Guaraguao a tu historia, Guasiba.

Oídme ahora: yo cuento así:

Guasiba llegó enfermo, con mucho fuego en la piel y los ojos hinchados, al pie de Guaigüí. Guaigüí está allí cerca, hacia donde Guey duerme todos los días. Allá llegó él, encendido, antes de que los cocuyos alumbraran. Yo puedo señalar el lugar donde él durmió esa noche, pero no me atrevo a ir porque estoy viejo y cansado. Fue sí al tronco de una cuaba, el más hermoso de todos los que coronan el Guaigüí. Del Guaigüí baja cantando el río de igual nombre. Allí, orilla del río, durmió Guasiba. Un amacey echaba hojas sobre las aguas y perfumaba el aire. Gusiba olía el amacey y sentía sueño.

Dos días y dos noches así estuvo, porque el calor del sol no le dio contento, sino cansancio.

Ha pasado ya buen tiempo. El gran Yúcahu Bagua Maócoroti me enseñó a hablar con los graciosos pájaros. Nadie aprendió antes de mí el lenguaje de las higuacas. Una higuaca fue la que me dijo la historia de macoríx Guasiba, la historia de sus dos últimos días.

Oídla: ella contó así:

Los ojos negros de la ciguapa más bella y más arisca de Maguá vieron, la segunda noche, la sombra del indio. Ella sabía tras qué andaba el macorix.

Estuvo largo y largo rato contemplándole. Después bajó del amacey, cariñosa y distinta. Al inclinarse sobre el cuerpo del enfermo un gigantesco cocoyo le iluminó el negro cabello. Apenas se alzó un punto de brillo en los ojos de Guasiba, la ciguapa arisca estaba tierna y admiraba la barbilla atrevida y los músculos duros, más duros que el capax, del macorix. Pero de los labios encendidos de Guasiba sólo una palabra salía: Anaó.

Mucha agua del río había pasado frente a ellos cuando la ciguapa vivió la verdad: frío como la ciba en la noche, frío hasta dar miedo se hizo el cuerpo del enfermo. Se habían cerrado sus ojos y los labios tenían color de maisí tierno.

Todo esto vio la ciguapa; todo esto vio y lloró.

Los guaraguaos comen carne y quizá vinieran en busca de la de Guasiba. Su opía podía, además, quedar vagando por los caminos tras los vivos, para asustarles de noche.

Con sus propias manos, pequeñas, oscuras y ágiles, cavó la ciguapa el hoyo, a orilla del Guaigüí. Guey al levantarse en la mañana, encontró cambiada de sitio la ciba grande, la más grande cerca del arroyo.

Aquel día sintieron las mujeres de Maguá, todas las que viven a lo largo de Guaigüí, después que éste cambia su nombre por Camú, que las aguas con que llenaban los canaris eran saladas. La higuaca me contó que les dieron ese sabor las lágrimas de la más bella y arista ciguapa que viviera en Maguá.

Macorix Guasiba: la tierra negra y voraz, la tierra húmeda y alta de Guaigüí se ha estado comiendo tu cuerpo recio, tus ojos tristes y bravos a la vez. Quizá Anaó tu madre te espera todavía en su bohío.

Yo digo tu historia en el batey, cuando Nonun alumbra.

Bello y silencioso, el amor te dio vida y muerte. Aún así como estoy, cansado y viejo, siento alegría y orgullo si te recuerdo. Estaba muy joven cuando atravesaste mi tierra, casi tan joven como tú. Pero guardo en la memoria tu cuerpo musculoso, tu paso elástico y tu pelo negro.

En el país de Soraya esta Coaybay; descansa en él.

Aquí donde moramos los hombres, tienes un canto eterno: el del río Guaigüí, que murmura tu nombre.

(Fragmento de INDIOS, 1935)
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miércoles, 17 de septiembre de 2008

El lamento de la ciguapa

De creer a aquella viejecita que se extinguía frente al cementerio, Realí era una ciguapa joven, linda, de color de bronce y ojos pardos y relucientes, que vivía huérfna con su hermano en las cuevas de Santa Ana.
Y cuando esto decía, Francisquita la macutera, señalabra a sus espaldas con dirección a las cuevas, y haciendo en cruz sus curtidos dedos pulgares, besábalos tres veces para conjurar la verdad de su referido, que de la manera como lo contaba, le ponía a uno los pelos de puntas.
Desde que murieron los padres de Realí, exclamaba la viejecita mirando para todos los rincones y acariciando el gato negro que siempre calentaba sus piernas flacas, aún cuando ella tegía la cana de sus macutos, la pobre Realí y su hermano pequeño vivían dando suspiros de dolor inconsolablemente. De su estirpe rara sólo quedaban ellos: híbridos seres mitológicos que no se atrevían ahora a salir de las cuevas, por temor de ser cazados como su padres, que fueron latigados y quemados vivos por herejes y fenómenos.
Pero de quedar en las cuevas, decía la hermosa Realí al hermano más pequeño, siempre estaremos obligados a comer raíces, lagartijas y murciélagos... Yo quiero algo de lo que enantes nos traían Ataca y Yuri... Quiero también coger flores y aves. De este modo resolvieron salir de su alcázar de estalactitas, aunque siempre juntos, inseparablemente cautelosos y discretos por temor a alguna traición de los hombres.
Así, siempre unidos distanciándose un tanto el uno del otro, cruzaron montes, conocieron otras cuevas lo bastante para reflexionar acerca del porvenir que les esperaba.
Realí debería apresar hombres y el hermano mujeres, y en busca de presas, muchas veces y de noche llegaron hasta el Baluarte 27 de Febrero, sin resultado alguno.
Pero un día de tarde baños de sol y de primavera, en el lago cercano a las cuevas de Santa Ana donde moran hicoteas y ranas, mientras Realí lavaba sus pies en la fresca linfa, oyó una detonación que le asustó sobremanera. Mas, instintiva Realí como un leopardo, y al reclamo del hermano, cantó agudamente un canto triste y hondo como gemido de montañas.
Pedro Quijano del Río Claro era un apuesto mancebo que andaa de caza y montería aquella tarde de baños de sol y de perfumes de primavera, sin mastín ni más compañero que su escopeta de dos cañones. Ya había conseguido matar varias avecillas, cuando fue atraído por un canto raro que el hizo pensar en alguna buena presa, y a campo traviesa se encaminó por entre guayabos y campeches, seducido cada vez más por el canto que se repetía quejosamente como de animal herido. Pero fue envuelto por la obscuridad del monte y de la noche, fue asido fuertemente por Realí y el hermano que tendidos estaban en el suelo. Pedro fue amarrado por bejucos y conducido a las cuevas. Realí sonreía por ser ella la primera en conseguir una presa, y el hermano indiferente, acariciaba la escopeta de Pedro que quiso gritar... aunque hubiera gritado en vano entre aquellos montes...
Por la noche y alumbrados por cocuyos las ciguapas dialogaban interesadamente en el patio de las cuevas circulares y amplias como galerías de monasterios. Ataró, que así se llamaba el muchacho ciguapa, supo seguido que el botín era para Realí, porque aunque nunca había visto un hombre, pensó que ninguna mujer saldría sola por los montes. Esto lo apenaba con tortura, y quiso inducir a la hermana a una venganza de sangre, riendo felinamente, como riera una pantera ante un cordero, dejandocomo ver sus dientes puntiagudos y acostumbrados a chupar hondo.
Pero Realí se opuso. El pacto debe ser formal y eterno, exclamaba, mirando hacia el lugar donde yacía Pedro, acostado sobre un lecho de hojas verdes cuya belleza le atraía, tanto, que sin poderlo remediar y antes de salir el sol que ellos adoraban, acercóse a él y le dio de berber agua limpia y fría en un medio higüero aseado y seco, diciéndole en acento dulce y conmovedor que Pedro no entendía:
-Bebe, es pura agua de aquel manantial -y señaló un oscuro rincón que daba paso a una madriguera.
Pedro lamentaba su estado; pero en vista de que no se le trataría mal por lo que acababa de ver, y en virtud de que él también era atraído por la sin igual belleza de aquel ser tan extraño y lindo, diferente a los indios que él tenía en su casa y que su padre había comprado, quiso seguir de buen grado la aventura.
Pero no podía entendese con Realí y esto fue su preocupación. Aprendió su nombre de tanto llamarla Ataró y con mímicas significóle sonreído que debía quitarle aquellas ataduras. Realí le hablaba musicalmente con monosílabos, haciendo rictus de amor con la boca. Pedro le encantaba aquello y reía... Y Realí, atendiendo a la súplica de Pedro, desatóle dandole un beso en la frente.
Pedro la besó en la boca...
Los días pasaron, y mientras los padres de Pedro creíanle muerto, éste, sagaz e inteligente, comenzaba a hablar monosilábicamente musical con sus nuevos compañeros a quienes les enseñó a hacer luz y a guisar las aves que ellos cazaban con las manos cuando dormían de noche, sin dejar de impacientarse por sus padres que morirían por su falta en la ciudad.
Mas, en esto, viendo Ataró que sufría amargamente al ver a su hermana feliz, sin haber podido él encontrar una compañera, se abandonó a la tristeza y un día amenció muerto.
Esto apenó a Realí, quien por tener a Pedro, que la quería, pronto se consoló, entregándose con él a la vida libre y a los amoríos.
Junto al lago y sentados en la grama, otra tarde baños de sol y de perfumes de primavera, Realí y Pedro recordaban cosas sencillas y dulces.
Realí inquiría los secretos de Pedro.
-¡Dime que me amas! ¡Dime que no me abandonarás! ¿Que me haría yo sola, ahora que murió Ataró que tanto me quería?
-No pensemos en cosas tristes -dijo Pedro, y le besó en sus ojos pardos, hermosos y relucientes.
Pero, observándola minuciosamente, tildó un defecto que echó en su pecho largas y gruesas raíces de desengaños.
Pedro no podía acostumbrarse a los pies de Realí: los tenía inverso a los nuestros y con ellos caminaba dando siempre el frente. Esto era odioso, pensaba Pedro, y se decía:
-¡Qué lástima! Sólo cuenta con ciento ochenta lunas. Su boca es pequela, sus formas son lindas... y observaba que ella vivía constantemente ocultando sus encantos entre los grandes madejones de su pelo negro que caían hasta el suelo. Pero sus pies... ¡Qué lástima!
Y miraba con abstracción el fondo del lago.
Desde entonces, el gallardo Pedro pensó retirarse. Aquella vida salvaje le cansaba. Realí le parecía repugnante. Y el deber de sus padres sobre todo, le llamaba a Santo Domingo de Guzmán, donde fue una noche que Realí dormía, arrastrándose primero como serpiente hasta salir de las cuevas y perdiéndose luego entre los montes intrincados que apenas alumbraba la luna en su cuarto creciente.
El arribo de Pedro fue sorprendente. Sus padres reían y lloraban de contento sin dejar de recriminarle la broma. "Nerón" corría de un lado a otro de la casa, y meneando el rabo nerviosamente, saltaba sobre las piernas de Pedro que contaba su aventura. El padre intersado por el asunto llamó al hijo a parte y le preguntó confidencialmente:
-Luego, tendrás tú un hijo ciguapa.
Pero doña María que algo oyó enternecida por la pobre Realí que moría de pena, propuso fueran en su busa.
Y así fue...
Al otro día de la idea de Pedro, Realí buscó por todas partes la presencia de su amante, desesperadamente. Lloró y cruzó bosques y registró escondrijos un día y otro, lanzando prolongados lamentos a todas horas del día y de la noche...
Un ave negra como un búho detuvo su vuelo cerca de Realí y le dijo:
Calla y huye... Tus padres y tu hermano te esperan en las lomas.
Y Realí, acariciando su vientre, huyó salvajemente dando un grito...
Cuando Pedro y su padre llegaron a las cuevas de Santa Ana, acompañados de dos esclavos y del perro "Nerón", ya era tarde.
Las huellas de unos pies denunciaban la presencia de alguien que bajó de los montes...
El perro ladraba tenazmente olfateando pisadas.
Quizás olvidaba Pedro que fueran de Realí al huir hacia las montañas, parecía que de éstas habían venido hacia las cuevas, y lloró en brazos de su padre por la crueldad que con Realí había cometido.
-¿Se habrá muerto?
La tarde declinaba. El perro seguía olfateando y ladrando. Y las tórtolas cantaron el lamento herido de Realí.
Y dicen, que las tórtolas, desde entonces, cantan como cantaron las ciguapas.

RICARDO SÁNCHEZ LUSTRINO
publicado Suplemento Cultural COLOQUIO
sábado 28 de octubre de 1986
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lunes, 15 de septiembre de 2008

La pasión de la ciguapa



Ahora bien, tengo que decir la verdad y la verdad es que me sentí emocionado, a mí la presencia de esa ciguapa, si bien no me había provocado un ardor tan visible, si lo había creado invisible; yo estaba abrasado por el mismo fuego y dentro de mi empezaron a luchar sentimientos y pensamientos. De un lado, una pasión volcánica y del otro, la comprensión de que Aurelia no era una mujer corriente, sino una ciguapa.

Pero, me sentía culpable y algo dentro de mí clamaba, algo que no era la piedad a secas.

Pedí permiso a Domitila para seguirla y cuando me lo concedió, me quité las sandalias y con todo y calzón me arrojé al río.

Fácil me fue seguir su rastro, los arbustos chamuscados lo señalaban y la encontré casi desmayada, mirando lejos, ausente del mundo, asesando, a la sombra de unos árboles.

El esfuerzo la había agotado, sin embargo, cerca de ella se sentía la emanación de un calor como de fiebre.

Aurelia, la bella ciguapa, lloraba.

No se había dado cuenta de que estaba tras ella y yo contemplaba extasiado la deformidad armoniosa de sus miembros, sus piernas sobrecortas, sus bellos pies volteados, su cabellera lacia y como estaba casi de perfil, miraba su rostro de mulata, su nariz respingada ligeramente, sus labios carnosos, su tez mate, tersa y fina y sus cejas arqueadas. Todo lo demás quedaba cubierto por la profusa cabellera.

Respirando angustias, deseos y amor, le dije:

Aurelia, Flor de Soledades, Ciguapa mía, culminación cálida de la belleza, estoy abrasado de fuego también por ti y la pasión me consume.

Entonces, sus mejillas se encendieron, la sonrisa asomó a sus labios y mirándome estremecida me dijo:

No te burles de mí. Ningún hombre debe burlarse de provocar ardores.

Salvaje y solitaria soy, pero hija de hombre soy, aunque me veas ciguapa.

Había pecado grandemente, porque al verte, hombre desconocido, algo reventó dentro de mí y me abrasó el alma.

Tengo vergüenza de haber experimentado esa pasión, y si huí fue para que no me vieses más.

Tenía la esperanza de que así sucediera, aunque sí así ocurría, yo hubiera muerto hoy mismo de tristeza, anhelando tu presencia. Por eso te lo ruego, no te burles de mí, que mi pasión es mortal.

Ya ves. Te he seguido. Domitila me lo ha concedido. Aurelia, soy Plinio Aldebarán, ese es mi nombre y; nunca he mentido en mi vida. Sólo sé decir la verdad, así me enseñaron desde niño. Soy hijo de Malotea y estoy sintiendo esa misma pasión mortal por ti. Ya no podría vivir sin verte a todas horas, sin saberte y sentirte mía. No me importa Flor de Soledades, que seas ciguapa, no amaré a nadie más, y si me lo pidieras, renunciaría a todo y me quedaría entre estos montes, viviendo como ustedes desnudo y libre.

Entonces, la vida volvió a su rostro, resplandecieron sus ojos: una mujer enamorada es la delicia más grata para el hombre que la ama. Me dijo:

No eres tú, sino yo, quien tiene que renunciar a todo. Renuncio a la virginidad, renuncio a la paz de las montañas, renuncio a mi libertad y me entrego a ti, Plinio, porque lo anhelo, porque si no, moriría de pesar; cuando una ciguapa se enamora está perdida irremisiblemente para siempre. En contra de todas las leyes, soy tuya, te me entrego, tómame Plinio.

Separó su cabellera, que cubría el núbil seno erecto, que tapaba el hondo ombligo, y el extasiante vientre y alargando los brazos velludos, me recibió en ellos y juntos penetramos en los tenebrosos caminos de la miel.

Mientras mi hermano disfrutaba como ha narrado, las carnes frutales de Aurelia, Domitila y las otras ciguapas se aprestaban a tomar las ofrendas; pero algo las detenía y frenaba en su avance. Las ciguapas se habían quedado paralizadas, en mitad del río, en la playa, en la barranca, y de pronto, sin que hubiese ni una nubecilla en el cielo claro, empezó a caer una llovizna y como si se les hubiese dado una señal a las ciguapas, empezaron a danzar una extraña y armoniosa danza sin música audible, tal vez al ritmo del susurro del viento o el piar de las ciguas palmeras que volaban en grandes bandadas y chillaban muy alto, o el ritmo del río, pero el caso es que todas danzaban en el lugar donde estaban y Domitila, pese a su edad y compostura, daba ágiles pasos y dirigía la coreografía.

Entonces observamos algo extraño, el río no fluía aguas abajo, sino que se mantenía sin correr, como si fuese un lago y luego, en medio del canto de las ciguas y las danzas, vimos formarse un arcoíris que venía naciendo del mismo lugar donde estaban Aurelia y Plinio, como si fuese un reflejo ardiente de ellos, y entonces, con esta señal prodigiosa, Domitila levantó los brazos y jupeó extasiada y todas cayeron al suelo o al río y se mantuvieron quietas, en silencio y hasta el piar de las ciguas cesó y quedaron machos y hembras esperando, esperando, hasta que se oyó retumbando entre las montañas un grito, un grito hermoso, casi un trino; era el grito de una mujer que entregaba su virginidad y se liberaba.

FRAGMENTO DE GOEÍZA, (novela ganadora del Premio Siboney). MANUEL MORA SERRANO.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

DE CIGUAPAS Y CIGUAPOS


Por Manuel Mora Serrano

Para Coloquio

Sábado 28 de octubre de 1989

Cronológicamente hablando, la primera vez que la voz “Ciguapa” aparece en nuestra literatura es, en la novela de Francisco Xavier Angulo Guridi, que fue publicada en el año 1866 en el periódico El Tiempo, según Rodríguez Demorizi; porque el profesor Francisco Batista García en un artículo, señala, que en el fichero del historiador Vetilio Alfau Durán consta que apareció en los números 15 y 22 de el Tiempo, en febrero de 1876.

Sin embargo, el mismo Guridi señala en su obrita: “Partidario, pues, de todo lo nuevo o sorprendente, y avezado y al camino de Altamira, tomé el de Palo Quemado (rumbo a Puerto Plata) el día cuatro de junio del año de mil ochocientos sesenta (1860).

Pues bien, hablando con un joven en el camino, dijo que “en nuestra patria no se conocen los peligros como en otros países”, el joven le dijo: “¿Qué dice usted?” “Y el contestó. “Digo que no hay malhechores en esta parte española” “Ah, es verdad –contestó su interlocutor, pero en cambio hay otra cosa que roba y mata sin quitarnos la vida o el dinero”; ante su asombro le dijo que era: ¡La Ciguapa!

Jacinto –que tal era el nombre del muchacho- le dijo: -La Ciguapa, caballero, la Ciguapa es criatura que con alma como nosotros alienta sólo por el exterminio de nosotros mismos.

Agregó luego: -Para que comprenda bien el “mágico poderío” de la Ciguapa, será preciso que lo vea confirmado en la desgracia que lloro sin cesar en medio de estas anchas soledades.

Y le contó que tuvo una novia llamada Marcelina, que vivía “a espaldas de esa montaña que besando viene el río”, en la casa de su padre de ésta, y que, cuando la hermosa Marcelina tuvo quince años, le confesó su amor a la orilla del Bajabonico y se comprometieron, cuando se lo iban a confesar al viejo Andrés, padre de ella, en medio de su felicidad, ella gritó: ¡”Dios mío… ¡La Ciguapa!” y luego se desmayó, que él se alejó con ella del lugar y cuando volvió en ella, le dijo: “Oh, Jacinto mío, íbamos a ser felices… pero yo vi la Ciguapa… Adiós Jacinto”; a los tres días murió.

Jacinto aclara que es “nacido y educado aunque a medias en la ciudad de Santiago” y que no participa por ella de las ideas y supersticiones de estos candorosos campesinos, pero que: “Se dice que antes del Descubrimiento de esta Isla existe una raza cuya residencia ha sido siempre el corazón de estas montañas; pero que se conserva en toda su pureza, durmiendo en las corolas de los cedros, y alimentándose de los peces de los ríos, de pájaros y frutas”.

“Tiene la piel dorada del verdadero indio, los ojos negros y rasgados, el pelo suave y lustroso y abundante, rodando el de la hembra por sus bellísimas espaldas hasta la misma pantorrilla. La Ciguapa no tiene otro lenguaje que el aullido, y corre como una liebre por las sierras o salta como un pájaro por las ramas de los árboles tan luego como descubre a otro ser distinto de su raza, porque es sumamente tímida e inofensiva al mismo tiempo”.

“En general se le atribuye una sensibilidad sin ejemplo, y se añade que habiéndola capturado algunas veces por medio de trampas abiertas en los bosques, se le ha visto morir a pocas horas de dolor, anegada en su mismo llanto; pero sin exhalar una sola queja ni menos revelar indignación”.

Juan Bosch dice: “La Ciguapa es una diminuta mujer india, cuyos cabellos la visten. Tiene los pies al revés y sólo camina de noche. Mucha gente asegura haberla visto, más siempre es difícil cogerla, porque para conseguir tal cosa es menester perseguirla con un perro cinqueño. Abre en las horas de la noche las mal cerradas puertas de las cocinas campesinas con el fin de comer carne cruda. Ningún campesino es capaz de dejar parte del animal sacrificado en el patio o en la cocina de aldaba floja”.

Cuenta un tal Eliseo Veloz “de los lados de Tavera” le refirió que una vez tuvo una Ciguapa amarrada al pie de un catre en su casa”.

Sostiene luego: “Esta de la Ciguapa es, sin duda alguna, un indígena leyenda que nos ha llegado por boca de las generaciones. Indio es el color de ella, negro el cabello, habita en los bosques, como las Opías y muchos Cemíes. Sólo sale de noche, igual que en la abuela religión las almas de los muertos: indígena es u meloso nombre y sólo la dulce lengua aborigen podía sacar a flor de labios tan bella leyenda”.

LA PROSOPOGRAFÍA Y LA ETOPEYA DE LA CIGUAPA ES RIQUÍSIMA

Don Sócrates Nolasco me dijo, además, que él creía que el mito de la ciguapa tenía su origen en el canto de la perdiz, que este parece un jupido. Pero tan simple no es el asunto, de ahí a imaginar una mujer pequeña, peluda, salvaje, amorosa, que vive entre los árboles y tiene una deformidad precisa, los pies volteados, hay tamaño trecho.

Podría ser, de acuerdo, que surgiera un mito alado, de un pájaro idealizado, pero no más.

Lo único que tenemos claro es que la palabra no es taína. José Juan Arrom se lo declaró a Arístides Estrada Torres y, además, en ninguna forma puede relacionarse la mitología taína con un ser semejante; no hay ningún idolillo o estatuilla o figurita pintada o tallada que represente un ser semejante. Es más, lo de los pies volteados no parece ser de mucho tiempo, porque en Angulo Guridi no lo registra.

Bosch sostiene que el mito tiene algo que ver con las Opias o las almas de los muertos, que los indígenas imaginaban vagando de noche, pero hay referencias de que “salen de día en montes muy oscuros”.

Hay un hecho constante: viven en las montañas.

Se dice que hay machos y hembras desde Angulo Guridi. Pero la idea general es de que “sólo hay hembras”.

Muchos creen que no hablan, la mayoría; pero algunos sostienen que articulan palabras como Ak-perro y sio-perro y hasta hay quienes digan que hablan como nosotros.

Se alimentan de “peces y frutos” según Angulo Guridi; de Manteca y Sal, según otros y hasta de guineos maduros.

Muchos sostienen que son especies de duendes traviesos, que se entretienen galopando caballos en las noches y tejiendo bucles y clinejas en cris y rabos equinos.

Todos declaran que son bien dotadas para el amor. Ya no matan el objeto amado como antes, sino que buscan perpetuar la especie y se lo llevan a sus refugios hasta que quedan embarazadas; para escapar según otros, es necesario comer sal o bautizarlas.

Rosado Quezada ya contó como supo de un pleito en el cual una ciguapa vieja con las uñas muy largas, mató un perro jíbaro y éste a ella, por lo que, además, cuando son viejas, pueden ser muy peligrosas.

En lo demás, son de color oscuro (Indio), tienen el pelo negro, los ojos negros, son bellas de rostro, un poco deformes en la proporción de sus miembros (a pesar de lo dicho por Angulo Guridi), como dice Nolasco es posible que tengan las piernas muy flacas; son velludas y tienen el pelo largo.

No es indígena el mito, se trata de una leyenda que ha tejido el pueblo, ese mismo pueblo que aún vive en el neolítico en pleno siglo veinte, en cuanto a sus medios de producción, y en cuanto a los instrumentos de su cultura, y es nuestra, pese a la mitología colombiana de la Maripipana y a La Salvaje ecuatoriana tan parecida a la nuestra; puede sostenerse, sin duda alguna, que es una leyenda nacional.

Sea un sedimento romántico de la raza indígena como sostienen algunos; sea el cruce del negro y la india desde los tiempos en que no había negras, se originaron como creen otros en el Bahoruco cuando el alzamiento de Enriquillo, o como fuese, el hecho es que la Ciguapa es una bandera, auténtica de dominicanidad.

Amemos la Ciguapa arisca y bella, la que tiene los pies al revés, la que se enamora de los hombres, como la flor viva de las razas nacionales, como la rosa abierta de la leyenda patria, veámosla, vestida únicamente de sus cabellos mientras que jupea con dulzura, hagamos su retrato para la eternidad, hagamos su escultura para el aceite pluridimensional de los sentidos, para que sea nuestra reina; llevémosla a la literatura, al cuento, al teatro, al ballet, a la música culta y a la popular, porque ella es un poema, porque simboliza el sumun de la rebeldía, el fruto de los indios alzados que pelearon junto a Guarocuya y de los negros cimarrones que se le unieron, contra el enemigo común y ofrendaron su sangre en nombre de la más hermosa palabra de la historia: la libertad.

EL "HUPIAR" DE LA CIGUAPA



Ilustración: Federico Cantú

El jupiar es forma y música del comunicativo canto de la ciguapa. Carente de lenguaje articulado, sólo el ruido es su palabra.

Por el DR. MARCIO VELOZ MAGGIOLO
para Coloquio
sábado 28 de octubre de 1989

Todavía en mis años de infancia había cuatreros que se colocaban los zapatos al revés y ponían botas en igual orden a las bestias, para caminar en el barro y hacer creer que iban, y no que venían.

Podría decirse que tenían la técnica de la ciguapa, porque ésta, según decían los viejos del vecindario, con los calcañales al revés, se mueve hacia delante pero deja sus huellas mirando hacia atrás.

Yo siempre aspiré a ver las ciguapas.

Cuando tenía 8 años soñaba en las piernas de mi abuela con ese ser que vivía en las sierra de El Maniel en donde los ascendientes de Rafaela Núñez y Cabral viuda Maggiolo habían tenido fundaciones.

Desde pequeño me preguntaba: ¿Son sólo mujeres, son sólo seres femeninos? Mi lógica infantil me llevaba a la convicción de que también existían los ciguapos, porque ¿se qué manera se reproducían esos seres que sólo "jupiaban", o quizás hipaban, envueltos en cabelleras largas y sedosas que recuerdan las del ciguayo, indio que llevaba el pelo largo, y cuyo nombre étnico se parece tanto al de la ciguapa.

Mi duda infantil se vio satisfecha cuando mi viejo amigo Romeo Martínez me dijo que Mongo Matos, antiguo habitante de Villa Francisca, le confirmó que a veces se habían cazado ciguapas empreñadas.

Pero... ¿y los ciguapitos, no tendrían los pies normales? La verdad era que nunca se habló de los ciguapos. ¿Sería que los ciguapitos en cuanto sentían el tabaco y la mano dura de la comadrona enderezaban sus pies, venciendo la genética, y saliendo tal y como eran: bellos y aindiados muchachos que nada tienen que ver con leyenda alguna?

Los viejos de los patios, muchos procedentes de la zona cordillerana, aseveraban que las ciguapas no podrían hablar, que "Jupiaban o jipiaban" emitiendo un sonido que sólo ellas mismas entendían en medio de la noche; se sabía que lloraban junto a las indias de los charcos, cuyos peines desenredaban sus cabelleras parecidas a las de las ciguapas. Se sabía que las ciguapas bebían claror de luna, cantilena de arroyo despeñándose, cuando la noche era clara. Se decía que junto, a las indias de los charcos, esperaban el retorno de los caciques muertos en las matanzas de Higüey y Maguana, por Esquivel y Ovando. Desde entonces las indias de los charcos y las ciguapas andan juntas. Allí, cerca del corral de los indios de San Juan de la Maguana, en tierras de Jaragua, salen hacia los caminos y silban en la noche fermentada de cocoyos. Se las ve en el sitio de Juan de Herrera, en donde una vez murió una de maleficio, y le tiñeron los ojos con bija.

En Juan de Herrera, cuyo camino desemboca en el corral de los indios, todavía los espíritus de los taínos salen y se vuelven murciélagos. En Juan de Herrera todavía existe un núcleo de espíritus del pasado que gira en torno a sus habitantes y tiene contacto con ellos. Allí entre los cambrones distantes del pie de monte, viven varias ciguapas.

Don Fabián dice que no envejecen; doña Matilde, que hila algodón aún con el sistema indígena, señala que las ha visto y que su piel brilla como el charol.

En Juan de Herrera, y es voz sabida, una muchacha fue raptada hace ya años por el espíritu de un cacique. "Se la llevó el indio"; se sabe porque una noche se presentó en los sueños de Agueda, y le informó que la María había sido llevada al mundo de los tiempos idos, en donde abundan aún el casabe y donde las mariposas eran permanentes.

La noche en que fue raptada, las ciguapas "jupiaron", tronó, llovió rúdamente, y los caminos de piedra apisonada brillaron como nunca, como si en vez de agua cayese plástico derretido,vidrio líquido y cristalino. Una ciguapa acompañaba al cacique.

Los viejos se reunieron para atrapar a la ciguapa. Usaron de todos los encantos posibles, pero no pudieron conseguir el perro cinqueño de patas negras cuya característica es el poder alcanzarlas. No tenían tampoco el dominio del silbo que marea estas damas de la noche. Sin embargo, a sabidas de que la buscaban y de que los suyos lloraban, la María vino en sueños y le narró a Agueda cómo vivía.

Peinaba a las indias, daba de comer a las ciguapitas, y vivía al lado del cacique quien adoraba pasar sus manos callosas y viejas sobre el cuerpo pintado de luna nueva.

Todavía en la localidad se dice que la sombra de la María se pasea por los caminos de La Maguana de manos de dos ciguapitas de cuatro a cinco años. La llaman por su nombre:

-!Maríaaaaaaa! -y desaparece, pero se le siente cantar una canción distante:

El amor es tan pequeño
que no se puede lavar
porque se convierte en sueño,
agua que no tiene dueño
escapándose hacia el mar.