lunes, 19 de noviembre de 2018

ORÍGENES DE LA CIGUAPA


SOBRE EL ORIGEN DE LA CIGUAPA. dato.

«These wander along the pathways at dusk, or hide in the crops near a village, and call seductively. But to answer their call is death in this world and the next. Their feet are turned backward that all sober men may recognize them.»

«...Estos vagan a lo largo de los caminos al atardecer, o se esconden en los cultivos cerca de una aldea, y llaman seductoramente. Pero responder a su llamado es la muerte en este mundo y en el siguiente. Sus pies se vuelven hacia atrás para que todos los hombres sobrios puedan reconocerlos.»

MI PROPIA HISTORIA DE FANTASMAS VERDADEROS de Rudyard Kipling. Cortesía de José De León, desde USA.

sábado, 30 de junio de 2018

CIGUAPAS, poema de Ángela Hernández


Abstractas fueron para ser reales

Los mares se repliegan en su boca
Como brotes de guayacán son sus pechos
En sus cabellos flotan cunas
Las avispas se agolpan en sus talones
de este modo pierden su ponzoña

Sus miradas se prenden a troncos sudorosos
Atrapan la tarde con sus nervaduras

Ángela Hernández. Acústica del límite. Poesía e imagen. Pág.  102

domingo, 29 de abril de 2018

VIRGINIA DE PEÑA DE BORDAS EN LA LEYENDA INDIGENISTA Y LA NOVELA


Dr. Fabio Mota

Virginia de Peña de Bordas a la vez que revela férvida afición a la literatura en sus cuentos y novelas, rinde fervoroso culto al sentimiento de lo bueno y de lo bello que dio sentido y lustre a la proceridad de su abolengo; culto que mueve al recuerdo de aquellos rasgos con que Don Manuel de Jesús de Peña y Reynoso entró preclaro en la historia de la cultura dominicana.
Los títulos que acreditaron al abuelo como maestro, literato, periodista y político, valen para mí, ahora, por lo que han de tener de trascendente en la pasión creadora, el ingenio y el sentimiento patrio de la nieta.
Don Manuel de Jesús de Peña y Reynoso fue de los patricios que en las angustias del ostracismo, suerte de ascesis de los predestinados a luchar por nobles ideales, hallaron la mística sublime que les dio temblé en los debates de la vida pública para hacer patria e iluminar conciencias con la doctrina y el ejemplo.
Esas son las valiosas prendas del abolengo que la nieta alumbra alumbrándose con la luminiscencia de su fabulación indigenista en el entronque de la tradición que es leyenda mítica en La Ciguapa de Javier Angulo Guridi e historia novelada en Enriquillo de Manuel de Jesús Galván, en el héroe de Tamayo, niño de trece años en La Eracra de Oro, escucha el clamor de redención de los caciques muertos y más tarde, en la novela de Galván, encarnación, hasta lo horrendo, de todo lo que hay de trágico en la memorable epopeya del Bahoruco.
El muchacho sin miedo de La Eracra de Oro, que al correr del tiempo vino a ser el escudero de Francisco Roldán, el primer líder de la insurrección en América contra el poder legalmente constituido, Alcalde Mayor de la Maguana, en tiempos de la epopeya en que descollaron homéridas, Guarocuya, magnánimo, abnegado, valiente y heroico: y Tamayo, siempre adusto, rudo, osado fogoso y terrible, instruido para vengar los oprobios que sufrió su raza por las ciguapas, especie de ninfas de la fábula en La Eracra de Oro de Virginia de Peña de Bordas; quien además de esta, ha escrito Toeya, novela de asunto indigenista. La Princesa de los Cabellos Platinados, cuento miliunaochesco, y Atardecer en la Montaña, El Fulgor de una Estrella, Sombra de Pasión, Magia de Primavera, La Hora del Destino, entre otras novelas cortas de ambiente y costumbres de la alta vida social. Todas valiosas, tanto por el ingenio de la trama como por la sencillez, pulcritud y diafanidad de sus ideas; pero somos de parecer que ninguna de estas novelas superar en originalidad ni en riqueza de imágenes, ni en tanto contenido instructivo como sus novelas y sus cuentos de asunto indigenista.
Sus recursos para sugerir supersticiones, leyendas y tradiciones mediante el poder demiúrgico de los cemíes, alcanzan validez estética en la amable reminiscencia de nuestra paganía precolombina, que aunque fabulosa, nos da ideas de aquel peculiar modo de ser la autóctona raza taína de Quisqueya.
Con los recursos que ella utiliza en sus cuentos nos promueve a la dilectación con que nos arroban los cuentos; con que adultos, nos interesan las fábulas de la mitología grecorromana y nos suspenden absortos en la contemplación de los inescrutables misterios del mundo y de la vida.
No sé si son más de alabar sus novelas cortas de costumbre, estilo y ambiente de la alta vida social contemporánea, porque el cultivo de ambos géneros le granjea títulos meritorios en la literatura dominicana. Pero sus trabajos de tema indigenista tienen acento de originalidad en la tradición legendaria que ella ejercita para promver el sentimiento de patria y despertar en el hondón del subconciente de los dominicanos la emoción de las proezas cívicas que inspiraron el Enriquillo de Manuel de Jesús Galván, la Anacaona de Salomé Ureña y las Fantasías Indígenas de José Joaquín Pérez.
El Tamayo niño, de La Eracra de Oro es el mismo Tamayo adulto del “Enriquillo” que estimula y exalta el sentimiento de emancipación en Guarocuya cuando le dijo sentencioso: “¡Al fin te acuerdas de tu raza y te resuelves a salir del poder de Valenzuela!”
La Toeya lánguida, hija del cacique Cayacoa, del poema de José Joaquín Pérez, es ahora la Toeya de Virginia de Peña de Bordas, hija de Urupanex, de la estirpe heroica de Maniocatex, el bravío arconauta del Golfo de las Flechas, símbolo de la raza heroica de los ciguayos, frente a otro símbolo de la tradición nobiliaria de la Casa de Alba encarnada en un hijodalgo español, embrujado por los encantos y el rigor del recato de Toeya.
No amenguan el valor de su novela y sus cuentos indigenistas estos entroncamientos con personajes de la vieja literatura indigenista que abrillantaron Galván y José Joaquín Pérez; en la apologética de su leyenda, el primero; en sus cantos, el segundo, para estimular el patriotismo y fomentar el civismo.
Este singular privilegio del uso irrestricto de la tradición determinó a Don Ramón Menéndez y Pidal a declarar: “Muy honda originalidad cabe en repetir un cuento tradicional; unas veces, originalidad anónima en refundirlo estructuralmente para aplicarlo a nuevas ideas o gustos colectivos; otras veces, originalidad personal tanto trabajando sobre la estructura como sobre el estilo expositivo” (Antología de Cuentos. Selección de Gonzalo Menéndez Pidal y Elisa Bernis).
En Ofrenda Póstuma, dice doña Flérida García Henríquez de Nolasco: “Después de Fantasías Indígenas y de Enriquillo, el indigenismo no se agotó en la literatura dominicana. Siguió viviendo y no se extingue todavía. Tras reiterados ensayos de retorno al tema, he aquí que en la presente novela surge de nuevo, fresco, con un encanto apacible de poema lírico, con traslúcido aliento de salud espiritual… Toeya vivirá como una joya de nuestra literatura”.
Pero la reivindicación de la proceridad de aquella humanidad que alcanza ahora vigencia, está en la unción de amor a las cosas de nuestros antepasados precolombinos que Virginia ha puesto en su novela Toeya y en su cuento La Eracra de Oro, narrando fábulas, enseñando historia y deleitando hasta promover el temblor del alma con sus fantásticas evocaciones. A ese inefable arrobamiento alude el notable escritor y cuentista Don Sócrates Nolasco cuando movido de patética delectación exclama: “La indigenista Virginia de Peña de Bordas, autora de la novela Toeya y de cuentos y novelas cortas… se distinguió sobre todo en el Cuento para Niños, rama de la literatura que ningún dominicano ha sabido explotar como ella. Con esa fisonomía encantará a los niños, pero ningún adulto de elevación moral terminará de leer La Eracra de Oro sin internos sacudimientos, hijos de la emoción estética”; y agrega complacido: “Flor de indigenismo es La Eracra de Oro. Sumada como ilustración al lugar que hoy lleva el nombre de Tamayo, que tributo debido es la resurrección; la resurrección que perpetúa a una gran figura defensora en América del derecho de ser libre.”
La Eracra de Oro, como Toeya, enseña deleitando nociones de antropología, recordando vocablos con sus acotaciones sobre nombres de cosas, flores, árboles, animales terrestres, aves, costumbres, creencias y ritos que, con la mitología indígena, son recursos estéticos conque la cuentista da sentido al simbolismo de las tres ciguapas: La Indolencia, la Oscuridad, y la Superstición que le inculcan a Tamayo el amor de la patria, el sentimiento de la libertad y el temple viril para la acción heroica con que se distingue en la rebelión del Bahoruco.
La Eracra, panteón milenario de los caciques, rico en cemíes y ornamentos de oro; del oro, estímulo de la codicia de los conquistadores, guarda las cenizas de los tres Behiques: el que introdujo el cultivo en los campos, enseñó a fabricar el cazabe y fundó el culto de los dioses; el que enseñó el arte de curar y el uso del algodón y el behique de las danzas, inventor de la música de los areitos heroicos, de las maracas y el bao.
Sin duda, el simbolismo de las tres pruebas con que las ciguapas templaron el ánimo de Tamayo, avaloran la ingeniosa originalidad con que Virginia conforma la contextura heroica del futuro adalid, brazo potente de Enriquillo en la empresa memorable del Bahoruco.
Cuando medito el simbolismo de La Eracra de Oro, en que las ideas aunque fabulosas, se afincan como tradición afable en las imágenes de seres reales que ella cita hasta con sus nombres latinos como el del sinsonte, en que se transmutó Morocael nuestro ruiseñor, el mimus poliglutus, de la ciencia; el búcaro, oedinemus dominicensis; la higuaca o cotorra, chrysotis vittatus; el alelí, plumería obtusa; el urticante guas o guao, rhus metopuim; la yayama, bromelia ananas, que no es sino nuestra sabrosa piña. Sólo eso, para citar algo de cuanto nos enseña deleitándonos, y porque valorizan el embeleso fabuloso de su arte y dan sentido a lo de apólogas que se puede estimar como tradición en Toeya y en La Eracra de Oro. Pero la máxima esencia de este cuento está en la respuesta que da Tamayo a las voces de ultratumba de los caciques que, tremebundas, estremecen los cimientos del templo, echan por tierra los ídolos, le dicen: ¡Ennoblece la senda que hemos trillado! ¡Labra la tierra!, a lo que responde: ¿Todo cuanto pedimos es la libertad! ¡Vivir nuestra existencia de antaño, libre de sujeción y de tributos!”
En la trama de La Princesa de Cabellos Platinados, hay una princesa heredera del trono del rey Ziar, del país de Ofir, una “Hada de la Noche Negra” y un “Hada del Día Luminoso”; hay castillos almenados, torres, cúpulas, toros alados a la puerta del palacio de la “Hada de la Noche Negra” en el País de lo Imposible, palacio en que todo es negro, deslumbrante sin lámparas visibles, pasillos pavimentados de ónix flanqueados de estatuas talladas en diamantes, un tramo de ébano custodiado por fieros dragones embrujados, premoniciones a través de una esfera de obsidiana en que se refleja el acontecer del mundo.
Esa es la visión miliunanochesca de La Princesa de Cabellos Platinados, cuento novedoso en la literatura dominicana, blasón de la virtud creadora de su autora no obstante el contraste de los recursos imaginativos, porque la Princesa no es de la estirpe de las que protagonizan los cuentos orientales que ella fantasea y sonambuliza en el delirio de su sueño erótico.
La Princesa Leida es inglesa, aunque heredera del trono de Ofir; también lo es el Príncipe Gabriel, encantado en el ciervo blanco de cuernos plateados, así como el intenso exotismo de la escena de la cacería con que comienza la fábula. Es esa escena una estampa de típicas costumbres inglesas en que se destacan la prestancia de los caballeros, las casacas rojas de los palafreneros, la carroza real acolchada con ricos brocados y hasta parece escucharse el ladrido de los perros y el resonante trepidar de los caballos en el silencio de la fronda.

Los extraños ruidos del monte (de la Revista Billiken de Argentina /no sé año, parece edición especial tema miedo)

Estos fantasmas son argentinos
Los extraños ruidos del monte


En nuestro país no hay castillo con fantasmas encadenados, ni bosques con lobro, como se estilaba en las épocas de Caperucita Roja. Pero hay un lugar encantado. Más que encantado, encantador, porque uno termina inventando lo que no existe. Este lugar es el monte. Y tenemos también una hora encantada —mucho más encantada que las doce de la noche—: la siesta. Para los chicos del Litoral, Corrientes, Misiones y la zona chaqueña, no hay cosa más hermosa que la siesta en el monte. Allí uno puede salir a explorar con enorme emoción sintiendo con todo el cuerpo las sorpresas que provocan la tierra, el agua, los animales y las plantas. Con los tejidos enredados que forman las ramas, se ovillan también las leyendas y las creencias del monte.
Que Fulano dice que vieron. Que Mengano dice que dijeron que vieron. Claro, ¿Cómo explicar cada ruidito del monte?
¿Y el olor y la luz y la sombra? Uno termina por oler el piar de los pájaros y por escuchar el perfume celeste y lila de jazmín paraguayo.
Debajo de las hojas calientes el monte es una caja de sonidos aparentemente inexplicables. Por eso la gente lo ha poblado de fantasmas que viven al aire libre, montan en los pájaros, vigilan el brote de la yerba mate o hacen madurar los frutos. Para ser los cuidadores o dueños de todo esto, son a veces enemigos del hombre. La creencia ha puesto un fantasma detrás de cada palito que se rompe, del sonido apagado de las hojas secas, del crujido de las cortezas, del chasquido de la semilla que salta, del vuelo corto de los pájaros, oculto también por tantas ramas. De repente uno mira para todos lados y no ve nada. Pero oye una especie de gran murmullo. Y ese murmullo es poblado de seres fantásticos como el POMBERO, o dueño del Sol; el CURUPÍ, el YASÍ-YARATERÉ o enano rubio, el Yaguareté-Avá u Hombre tigre, la Caá-Yarí o abuela de la yerba, o el Lobizón. Nacieron de la fantasía tanto del indio guaraní como del conquistador español que llegó a estas tierras y tembló ante las cosas que no conocía y no podía explicar. Porque ni los animales ni la vegetación tenían que ver con lo que él conocía en su tierra de origen. Entonces, de asombro en asombro, los españoles también dieron forma a estos fantasmas. Hoy los fantasmas del monte todavía viven con todos sus colores. La gente cree en ellos o no. Pero lo que sí pasa es que l gente grande lo usa para asustar a los chicos que quieren salir a la hora de la siesta o alejarse de su casa. Es muy común oír: “No salgas a la siesta porque viene el dueño del Sol”. O ¿Quédate quieto porque te agarra el Pombero”. Y a veces los chicos de mueren de ganas de conocerlos personalmente y por eso salen. Pero en general, claro, no encuentran nada, salvo ruidos, la emoción de buscar un fantasma, y, más de una vez, un coscorrón por desobedientes. Ése es el Pombero más concreto.

AQUÍ NOS IMAGINAMOS ALGUNOS DE LOS FANTASMAS DEL MONTE, LOS CAZADORES DICEN QUE DICEN QUE LES DIJERON…

1 Nombre: Pombero o dueño del Sol


Señas personales: alto, cubierto con un gran sombrero de paja, lleva una larga caña en la mano derecha. Tiene vellos en la planta de los pies y por eso no se lo oye andar.
Costumbres: anda a la siesta por el monte y los sembrados. Cuida a los pájaros, por eso es enemigo de quienes los matan. Si se hace un trato con él, es un compañero invisible que acompaña a la gente librándola del peligro. Silba como los pájaros y es necesario hacerle pequeñas ofrendas como miel o cigarros.
Advertencia: hay quienes se aprovechan del prestigio del Pombero y fuman gratis más de una vez.

2. Lobizón


Señas personales: hombre solitario, séptimo hijo varón que en determinadas noches se transforma en perro o en lobo.
Costumbre: tiene la manía de asustar a la gente que se le cruza.
Advertencia: muy útil para mantener a la familia en casa.

3. Nombre: Curupí o piel rugosa


Señas personales: enano de piel oscura, cuerpo sin articulaciones. Tiene los pies dirigidos hacia atrás. Por eso no puede nadar ni trepar a los árboles. Acostumbra perseguir a la gente.
Advertencia: cuando este fantasma anda suelto, se puede aprovechar para subir a los árboles y nadar tranquilo, porque por allí no puede ir.

4 Nombre: Caá-Yari o abuela de la yerba Señas personales: mujer hermosa, rubia, vestida con una túnica blanca.


Costumbres: Vive en los yerbales o en el monte. Hace tratos de amor con los peones yerbateros y los ayuda en al recolección de yerba. Cuando va a pesar lo recogido, se sube sobre el atado y hace que éste pese más. El que haya hecho pacto con ella no debe querer a ninguna otra mujer.
Advertencia: para ser novio de la Caá-Yarí hay que tomar mucho mate.

lunes, 26 de marzo de 2018

Los Abarimon, humanoides con los pies al revés Hombre y Naturaleza



Los Abarimon vivían junto a los animales de la región y por su salvajismo no se podían capturar. Existen leyendas que los pies invertidos de esta raza se debían a unas sandalias que usaban, y por esta razón podían correr a grandes velocidades. El país de los Abarimon se encontraba en el gran valle del Monte Imaus, un lugar donde el aire estaba encantado y por ello si una persona lo respiraba por mucho tiempo le sería imposible respirar otro tipo de aire.
Esta raza ficticia no podía abandonar el valle con vida, este efecto también protegía la ubicación exacta del valle. El sabio Plinio describió a esta gente por primera vez en su libro Historia Natural (VII), de acuerdo a Plinio, eran muy parecidos a los humanos físicamente, pero tenían los pies para atrás.

Tiempo después, una historia similar fue relatada por Aulus Gellius en el texto “Attic Nights”.
Fuente: http://grandesmisteriosporjesuscordero.blogspot.com/2011/09/los-abarimon-humanoides-con-los-pies-al.html

domingo, 25 de marzo de 2018

La Cacería de la Ciguapa

Acercándose estaba el verano, y Miguel y sus amigos José Luis y Nelson estaban planificando donde pasar las vacaciones. Estos chicos eran muy amigos y siempre estaban juntos. Era un equipo de aventuras. Tanto, que hasta sus padres se conocieron a través de ellos y siempre apoyaron la forma en que los chicos se trataban como hermanos: era como una gran familia.

Miguel dijo: 
- Podemos pasarnos el verano en casa de mis abuelos que viven en el campo. Nunca he ido y mis abuelos me dicen siempre, cuando nos visitan, que es un lugar muy bonito, hay ríos y muchos árboles.
- Nelson: Me parece buena idea. Seguro mis padres estarán de acuerdo. 
- José Luis: yo no tengo nada mejor que proponer, además me gusta mucho la idea de ir al campo con ustedes.
- Miguel: solo tenemos que avisarles con tiempo a nuestros padres y sacar buenas notas en los exámenes y no se negarán.
Pasaron los días y los niños sacaron excelentes notas y sus padres se pusieron de acuerdo con enviarlos al campo de los abuelos de Miguel.

Cuando llegaron al campo, los niños estaban felices. Los abuelos estaban más felices todavía, ya que no era común que recibieran visitas. 
Aquel lugar era hermoso. Los abuelos de Miguel vivían en una hacienda preciosa. Había un establo con muchos caballos, también el abuelo tenía un gran ganado de vacas y había gallinas y gansos. 

- ¡Abuelo, Abuelo! - decía Miguel- ¡llévanos al río! ¡llévanos al río por favor!
- Está bien- dijo el abuelo muy contento.  
Después de un día de mucha diversión, en la noche el abuelo les contó una historia. 
- Han escuchado hablar de las ciguapas-  decía el abuelo.
 
- ¡Ahh sí! - dijo Miguel, - en el libro de español hay una historia de ellas. Son criaturas raras que tienen los pies hacia atrás y son pequeñas.
José Luis: - si pero la profesora nos dijo que no son reales. 
- ¡Si son reales!- Dice el abuelo, lo que pasa es que pocas personas la han visto, pero si son reales. 
Nelson: - ¿usted ha visto alguna Señor?
- Claro que sí. Por estos lugares vive una, a veces ronda por aquí y trata de robarse las gallinas. Antes teníamos problemas porque se robaba las gallinas, pero una noche la descubrimos yo y mi amigo Juan. Cuando nos vio salió corriendo. La pude ver perfectamente: era pequeña y el cabello largo y abundante le cubría su cuerpecito por delante y por detrás. Desde entonces mi esposa le pone un plato de comida todas las noches en el gallinero. 
Mientras el abuelo hablaba, los niños estaban con la boca abierta escuchando esta fascinante historia. 
- ¡No lo puedo creer! - dice Miguel, - ¡es increíble!
- ¿Enserio le ponen comida? - dice José Luis.
- Si quieren, vamos a ponérsela esta noche en el gallinero y mañana temprano podrán ver con sus ojos que estará el plato vació, dice el abuelo. 
Y así lo hicieron. Esa noche los niños no podían dormir pensando en la ciguapa. 
- Será cierto lo que dice el abuelo - dice Nelson.
- Bueno, mañana veremos sí la comida sigue allí - dice José Luis. 
- A mí me gustaría ver la ciguapa y saber donde vive, si tiene amigos...
- Mejor duérmete Miguel.  
Al día siguiente, no bien se levantaron, corrieron al gallinero y para sorpresa de ellos el plato estaba totalmente vacío.
- ¡Es increíble! - dijo Miguel, ¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Ven a ver esto!
El abuelo sonriendo se acercó al gallinero.
¡Mira abuelo! Ya no esta la comida. ¿Seria la ciguapa? ¡Claro que sí!. Desde ese instante, los niños no dejaron de pensar y hablar de la ciguapa. 
- ¡Vamos a atraparla! - dijo Nelson. ¡Si, vamos a buscarla, será una gran aventura! 
- Pero Miguel, ¿cómo lo haremos?. Vamos a preguntarle al abuelo que más sabe de la ciguapa. ¡Vamos! ¡Vamos!

- ¡Abuelo! ¿Dónde podríamos encontrar la ciguapa? ¿Qué más sabes de ella? 
- Solo sé que vive en el monte y casi no sale de día, nadie más la ha visto, pero algunos dicen que siguiendo el río, entre las montañas se escucha su aullido. 
- Eso es - dijo Miguel, - seguiremos el camino del río y cuando la escuchemos aullar la seguiremos y la atraparemos.
- ¡Siii! - gritan Nelson y José Luis.
- ¡Niños!, ¡Niños! Dice el abuelo entre risas, no pueden hacer eso, mejor piensen en otra cosa y más tarde los llevaré a que vean como se ordeñan las vacas. 
- Está bien abuelo, iremos a jugar. 
Cuando los niños quedaron solos salieron a planificar su aventura: 
- ¿Qué más da? - dijo Nelson: - vamos por el camino del río a explorar. 
- Si, con un poco de suerte nos encontraremos con ella - dice José Luis. 
- De todos modos le diré al abuelo que iremos a dar una vuelta por el lugar, no quiero que se preocupe.
Dicho esto, los niños emprendieron su viaje hacia lo más profundo del bosque siguiendo el camino del río. Mientras más caminaban, más paisajes interesantes encontraban, comieron fruta de los árboles, vieron peces de colores en el río y se entretuvieron mucho en el camino.
- Oye Miguel, ¿cómo cuanto tiempo llevamos aquí?
- Ni idea Nelson 
- Creo que tenemos más de cinco horas - dice José Luis.
- ¡Qué horror! Entonces hace rato que pasó la hora de la comida, los abuelos deben estar preocupados. 
- Vamos a casa ya - dijo Miguel. 
Pero al empezar su camino a casa, no estaban muy seguros por donde seguir. 
- Sigamos caminando seguro que pasamos por aquí, Miguel, 
- ¡No, no, no!. No hemos pasado por aquí - insistía José Luis. 
 
Después de mucho caminar y mucho tiempo transcurrir se dieron cuenta que estaban perdidos en el bosque. 
- Es increíble ¡hemos estado caminando en circulo Miguel! ¡Hace una hora más o menos estábamos aquí!
- ¡Estamos Perdidos! Decía Nelson, ¡Nunca llegaremos a casa de tu abuelo!
- Tenemos que salir de aquí o se nos hará de noche. Dice Miguel. 
Los niños estaban en un gran aprieto, mientras en casa del abuelo se iniciaba la búsqueda. Cada vez que los niños caminaban buscando el camino a casa, se alejaban más.
Ya estaba apunto de oscurecer, cuando los niños se sentaron en un tronco y empezaron a llorar abrazándose uno a otro diciendo: nunca debimos alejarnos tanto de la hacienda, nunca nos encontrarán... cuando de pronto escucharon que algo se movía en los arbustos. 
- ¿Qué es eso? - dice Miguel
- No sé, tengo miedo - dice José Luis.
De repente algo salto de los arbustos hacia ellos: los niños gritaron y se escondieron detrás de un árbol.
- ¡Miren!, ¡Miren! ¡Es la ciguapa!Efectivamente era la ciguapa que ya los estaba observando desde hacia un rato y decidió ayudarlos. La ciguapa les hizo un gesto de que la siguieran, saltando entre los árboles. 
- Rápido - dijo miguel - vamos a seguirla, es nuestra única esperanza.  
Y salieron corriendo detrás de ella. Al cabo de unas horas los niños reconocieron el camino a casa y estaban felices y confiados de que la amiga ciguapa los llevaría de regreso. Y efectivamente la ciguapa llegó incluso casi a la puerta de la hacienda con los niños. En ese momento la ciguapa se detuvo frente a ellos como en señal de despedida. 

- Gracias por todo, señora Ciguapa. Nunca la olvidaremos, es usted muy buena.
La ciguapa se fue y los niños corrieron a casa. Los abuelos estaban felices de que los niños estuvieran bien, y se asombraron al escuchar como los niños pudieron llegar a casa.
Esa noche la abuela, agradecida, preparó un manjar para la ciguapita en señal de gratitud. Los niños nunca más pensaron en atrapar ciguapas, ni en alejarse mucho de la hacienda. Pasadas las vacaciones cada vez que los abuelos de Miguel visitan su casa, este siempre pregunta por la ciguapa y le mandaba unos chocolates. 
 
 FIN
Cuento original por: Vanessa Almonte
Tomado de: http://www.dominikano.com/Principal/Relatos/ciguapa%2002.html

lunes, 8 de enero de 2018

CULTURA Y TRADICIONES: Bestiario latinoamericano (VIII). La Ciguapa

Alexander Prieto Osorno


Por Alexander Prieto Osorno

El hombre que responde al canto de la Ciguapa está perdido. Las ciguapas poseen una belleza extraordinaria, cubren su desnudez con sus largas cabelleras, son como sirenas en medio de los campos y la manera más rápida para identificarlas es mirar a sus pies, pues los tienen al revés y dejan huellas contrarias al rumbo que llevan. Ellas embrujan a los hombres con su hermosura, sus ojos y su canto, los aman hasta la saciedad y luego los matan.

Salvo por sus pies invertidos, son mujeres de belleza perfecta. Los dominicanos testifican que se trata de una raza muy antigua que vive en la isla desde mucho antes de la llegada de los españoles. Tienen la piel morena, los ojos negros y rasgados y una agilidad y gracia de movimientos que deja embelesados a cuantos las han descubierto en las sierras. Nunca se les ha visto hablar, pero sí emitir una suerte rara de aullidos suaves y musicales, cuya sensualidad es imposible de resistir. Corren como liebres por los bosques y saltan como pájaros entre las ramas de los árboles al advertir el paso de los hombres y, a la menor ocasión, atacan con sus terribles armas de seducción.

La Ciguapa ha sido llevada a la literatura por numerosos narradores dominicanos, desde Francisco Javier Angulo (Santo Domingo, 1816-1884) con su cuento «La Ciguapa», hasta Leibi Ng (Santiago, 1954) con su libro Secreto de monte, cuentos juveniles sobre ciguapas. Son personajes míticos inseparables de la obra de Emelda Ramos (Salcedo, 1948) y del llamado «ciguapólogo por excelencia», Manuel Mora Serrano (Pimentel, 1933), quien les dedica totalmente su novela Goeíza.

Los dominicanos tienen muy viva esta leyenda y aseguran que las ciguapas son hembras extrañas, salvajes y mágicas que habitan las montañas. Algunos campesinos señalan que son pequeñas, de no más de un metro de alto, otros indican que tienen el cuerpo cubierto de vellos muy finos, otros más afirman que son altas, delgadas y de piernas largas, e incluso hay quien las describe como «una especie muy bella de pájaros emplumados». Sin embargo, coinciden en que son hermosísimas, salen de noche de sus escondites y se alimentan de aves, peces y frutas. El gran peligro que entraña la Ciguapa radica en que es rabiosamente enamoradiza y, en cuanto descubre un hombre en sus territorios, no descansa hasta cazarlo, exprimirlo y matarlo.

Al parecer, el origen del mito de las ciguapas son las leyendas aborígenes de los arahuacos antillanos, de los taínos y de los pueblos precolombinos llegados a República Dominicana. El escritor Marcio Veloz Maggiolo (Santo Domingo, 1936), en su búsqueda de las raíces de este mito, encontró una versión de la Ciguapa en Brasil, con el nombre de (la o el) «Curupí», un espíritu de la selva amazónica que tiene los pies al revés, que fue descrito por un misionero español del siglo xvi y que bien puede ser el ancestro de la ciguapa dominicana. Para ciertas tribus amazónicas, Curupí es un macho, y para otras es una hembra, pero ante todo es un pequeño mago protector de la fauna y la flora que recorre la manigua para castigar a los hombres que molestan e indignan a los espíritus de la selva. Veloz Maggiolo halló también en Paraguay a un ser de pies invertidos, llamado Curupa, que es referido por los guaraníes como un enano de enorme y largo falo, con el cual enreda y atrapa a las mujeres para poseerlas sexualmente y subyugarlas.

La tradición oral dominicana dice que existe una forma secreta de atrapar una Ciguapa y esta es perseguirla, en noches de luna llena, con un perro de manchas blancas y negras, pero que sea cinqueño; es decir, que tenga cinco dedos en cada pata. Y el mito reza que la Ciguapa no resistirá el cautiverio y que morirá de pena a las pocas horas sin emitir ningún quejido. Pero que se sepa, hasta hoy nadie ha tenido la suerte de conseguir un perro cinqueño para salir a cazar ciguapas, y menos aún, ha visto morir de pena a una Ciguapa en cautiverio. Por eso no se atreva usted a caminar por los montes buscando perros cinqueños o ciguapas, porque lo más probable es que termine como presa de una de ellas, que lo seducirá con su canto, sus ojos y su desnudez tentadores, y le dará un placer tremendo y doloroso antes de matarlo.

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       Alexander Prieto Osorno 

Periodista y escritor colombiano, ha publicado artículos en más de 70 diarios y revistas de Europa y América, y escribe para el Instituto Cervantes. En el periodismo ha obtenido el Premio Nacional ACAC en Colombia y ha sido finalista del Premio Internacional de Periodismo Rey de España. En el ámbito literario ha sido galardonado con varios premios en América y Europa, como el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, obtenido en París. Entre sus libros se destacan obras periodísticas como Los sicarios de Medellín (publicada en castellano y alemán) y Cronista en dos mundos, y obras de ficción como El olvidador y Bonitos crímenes.